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La idea de cuaderno nos remite a la de primera impresión. Y también a la de una fragilidad, como todo aquello que se sustenta en el puño y la letra, aquello que no se confía a la posteridad que asegura la imprenta. Inmediatamente pensamos en los cuadernos de apuntes, de bocetos o de viaje. Objetos destinados a dejar constancia y a constituir la materia de un futuro trabajo sólido (por no decir verdadero). De este modo, cuando escuchamos el título Cuaderno de ornitología no podemos hacer otra cosa que sentir que vamos a entrar en el antecedente, la precuela de algo. Sin embargo, nada de esto ocurre cuando abordamos el nuevo libro de Eric Schierloh.
Compuesto, como el autor aclara en una nota final, por poemas y traducciones ya publicados en otros libros, y dividido en cuatro partes (“Pájaros”, “Pájaros en los árboles”, “Troglodytes” y “Birds”), el texto alcanza una entidad propia que permite al lector ingresar en la intimidad y la intemperie de una voz curiosa, atenta, cuidadosa y hermanada con su entorno.
La primera sensación es que este cuaderno pertenece más a un espacio (el de la casa, con su fondo arbolado y sus cercanías ribereñas) que a un autor. La mirada, por momentos, se caracteriza por su enfoque cuasi documental. Las criaturas son captadas con una especificidad científica (léase ornitológica) y, a la vez, por el afecto desaprendido de una lírica invisible pero presente a través de la calidez del aliento. El ojo del poeta actúa como lente y como recipiente. Todo pájaro puede ser captado. Aunque se trata de una captación con ánimo de aprendizaje y no de apropiación, un tacto que sostiene la cosa para sentir su vibración y luego la suelta para contemplar su libertad: “Ves / las ramas / en las patas, / las ramas en las garras, / las ramas al final de las garras / del pájaro muerto? / ¿Las ves ahí?”.
Por otro lado, existe un diálogo especular entre las tres primeras partes y la última, que es donde se recogen las traducciones. Cada una de las poéticas que Schierloh ha decidido verter a nuestra lengua se ve reflejada en alguna otra zona del libro. Así, las voces y los mundos de Thoreau, Enslin, Melville, Lawrence, Stevens, Brautigan, Williams (con una versión exquisita de Trece formas de contemplar un mirlo), Carver, Dickinson, Hughes, Frost, Whitman, Micheline y Whalen encuentran un eco en el delta argentino en el que se inscribe y escribe la obra. Y esta exhibición de vínculo es una de las columnas fundamentales del volumen como tal, ya que —como resulta archisabido— el ida y vuelta entre un autor y sus lecturas expone el cómo y el desde dónde de una poética, lo que insufla en el texto ese grado de intimidad que requiere todo cuaderno.
Así las cosas, el encanto de esta nueva pieza de Schierloh reside en la conformación de un objeto imposible (el cuaderno en tanto construcción) a través de la imantación de fragmentos (aparentemente unidos sólo por un tema) y gracias a la amalgama sutil de una mirada que se comporta lejana y emotiva al mismo tiempo. “Nada en el mundo puede sernos ajeno, nada en el mundo nos pertenece”, pareciera afirmar Cuaderno de ornitología, como cuando nos ofrece atenernos al plumaje de un pato a fin de entender cómo su cuerpo convive en perfecta armonía con lo abierto que lo circunda: “El pato / solitario / en el día gris ventoso / —las sales / de su espíritu / en perfecto / equilibro / con el exterior”.
Eric Schierloh, Cuaderno de ornitología, Caleta Olivia, 2018, 118 págs.
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