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Concebido en una amalgama disruptiva de géneros, este nuevo libro de Anahí Mallol nos convoca a experimentar el otro lado del confinamiento carcelario.
En Diario de la cárcel la prisión no se reduce a un edificio y un sistema de represión sobre un cuerpo; se erige como una institución que trasciende al condenado y se expande hacia su núcleo vital. La reclusión muestra su otro aspecto y deja en claro que el verdadero padecimiento del reo rompe el principio jurídico de intrascendencia de la pena y acciona sobre los seres queridos tanto como sobre este.
Ya sea por la afección del recuerdo o por la injusticia de la ausencia, la cárcel es vivida por la voz de la amante con la misma intensidad que la del éxtasis amoroso (“el tamaño de lo que no hay este verano / puede ser tan grande como tu encierro”) y se instaura alrededor del lector mediante la asfixia del tono “para calibrar las dimensiones de ese vacío”.
Para eso están los destacables recursos estilísticos. Por un lado, más allá de que el uso de la segunda persona y la utilización de formas de la poesía amorosa (especialmente la china) prevalezcan, el diario no se escribe como obra dedicada ni tampoco en un “puertas adentro”. Su vocación es externa, tiende a la denuncia, y desde el primer poema, cuando se nos dice “hoy llueve / mi amor está preso / llueve y pienso / que no conozco su celda / el tamaño la luz que entra / el aire que falta”, el sabor de lo injusto se deposita en la lengua del que lee.
La manera en que se canaliza esa denuncia también es oblicua. Los poemas están lejos del panfleto, se mantienen en el clima confesional del diario aunque la sensación que provoquen sea totalmente opuesta. La cárcel, como decíamos, se revela como extensiva y el modo de su registro es la anotación personal, íntima, haciendo valer de este modo el caso individual como manifestación carnal de las consecuencias del encarcelamiento político.
Por último, el hecho de que el verso se apropie de un género donde predomina la prosa (el diario) implica asimismo otra distorsión. Cada entrada se consolida como poema independiente y se somete sin cronologías al tiempo del ansia y la desesperación. Los días sólo pueden ser contados como plazos de ausencia, y la anáfora mi “amor está preso” resplandece a lo largo del libro connotando, en su literalidad, la imposibilidad de realizar el deseo en el cuerpo elegido, efecto más desgarrador del cual puede dar testimonio la voz de la amada.
Sin embargo, pareciera que el poema, en su poder decir, su poder constatar, trae esperanza. Se trata de una fe militante, una fuerza que puede avasallar las rejas físicas y simbólicas como ese “potrillo que enriquece la tarde” (que la voz ve en su amado) o el pelo de la amada, que en las visitas cobra vida erótica y atraviesa los barrotes y se entrega para que las manos del amado jueguen con él, lo posean enredándolo y desenredándolo.
Diario de la cárcel nos sumerge en su ritmo amatorio, en su prosodia desesperada y en su declamación política, y nos arrastra por esas zonas de dolor a las que accede únicamente la sonda del verso, “para salir con imágenes con palabras / de la pena”.
Anahí Mallol, Diario de la cárcel, Eloísa Cartonera, 2020, 48 págs.
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