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El romance de la negra rubia

Gabriela Cabezón Cámara

LITERATURA ARGENTINA

De un modo extraño, como ocurre con algunos libros cuyo estilo y composición es difícil ponderar, la última novela de Gabriela Cabezón Cámara consigue, sin embargo, una eficacia tensa y paradójica.

Pese a su brevedad —poco más de sesenta páginas dura el relato—, los acontecimientos que se narran son vastos, múltiples y espectaculares; y tienden también a encarar una ambiciosa faena, la de tematizar en su recorrido el vínculo díscolo entre arte y política, entre realidad y ficción y entre una obra de arte y la vida.

Con un aire de cierta y pretendida inminencia, los hechos de la novela se precipitan en un barrio porteño durante una época rara pero asimilable a la actual, en medio de un desalojo violento. Gaby, la protagonista, es una mujer que, del lado de los desclasados, se prende fuego a lo bonzo para entrar en la historia, de la que solo saldrá hacia el final —heroína y casi santificada— cuando consiga volcar en el papel lo ocurrido. Eso, lo que ha ocurrido, puede ser tanto el surgimiento disruptivo de un colectivo político, su auge y posterior asimilación al entorno —un entorno sugestivamente parecido al local—, como una historia de amor. Entre ambos, como un hilván grueso cuyo pespunte pretendiera abarcar toda la tela —Google, el Génesis y el Holocausto, la historia argentina de Cabral a Perón, Darth Vader, una prótesis peneana fluorescente, la especulación inmobiliaria, Miguel Ángel y las Nike de La Salada—, está “La perfo”, ese rito de pasaje por el que la vida de Gaby y sus particulares incidencias se hacen obra de arte y llegan a una bienal en Venecia. Allí, en Venecia, hay una nueva resurrección. El cuerpo frío y al mismo tiempo chamuscado de Gaby, líder mártir devenida en art performer, revive entre las manos y los besos íntimos de Elena, una coleccionista austríaca que compra y se lleva a un palacio la instalación para gozar de su objeto en privado hasta que, en un nuevo giro melodramático, la trama vuelve a explotar en un, ahora sí, golpe de gracia.

En el medio del medio, como otro ingrediente de esta mistura sincopada, está el estilo. Es un tono de locuacidad barriobajera que a veces contrasta con lo que se va a contar, como si algo de aquella rara eficacia general se consiguiera precisamente en el cruce, en la intersección entre la retórica lumpen de la Gaby —por momentos enhebrada con un fuerte tempo poético— y el boudoir vienés sobre el que, dice, ella escribe.

Desde una perspectiva integral, que en la lectura incluyera la ilustración de la tapa, los créditos de tapa, los agradecimientos y los pasajes del libro que remiten a esos “fuera de lugar”, El romance de la negra rubia podría presentarse como un relato de intención omnívora cuya traza coquetea con lo documental pero arraiga en la tierra más fértil de la imaginación, “con los contornos difusos de todo lo que se derrite pero no termina de transformarse en otra cosa y no puede ser más que lo mismo en un derrumbe congelado antes de licuarse del todo”.

 

Gabriela Cabezón Cámara, El romance de la negra rubia, Eterna Cadencia, 2014, 80 págs.

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