Hace unos años, Carlos Gamerro establecía, no sin sarcasmo, un “decálogo del relato policial argentino”. En él afirmaba que en estas pampas, después de los años setenta, sólo podía escribirse un tipo de policial negro que invirtiera las reglas del género, dado que en nuestra historia son los representantes de la ley los que delinquen; en consecuencia, el investigador sólo podría ser un particular, un periodista, un familiar de la víctima, cualquiera presuntamente alejado de los círculos del poder represivo. La tensión del umbral, la novela más reciente de Eugenia Almeida, respeta puntillosamente esos postulados y construye así un relato que pretende dejar al descubierto todos los hilos que enlazan los poderes institucionales y económicos, en una trama criminal de la que parece imposible escapar. Todo intento de indagación activa las alarmas de esa red y pone en marcha la maquinaria de la impunidad, que produce nuevos crímenes.
Una joven se suicida en la vereda de un bar, en pleno día, tras discutir con un hombre misterioso al que todos los testigos aseguran desconocer. Ese es el disparador de una investigación que inicia el periodista Guyot, desatendiendo las advertencias de sus contactos en la comisaría, que aceptan detenerse cuando llega la orden de no investigar. Guyot se empecina en conocer los motivos que indujeron al suicidio a la joven, de quien se ignora todo, incluso lo que la vinculaba al hombre del bar. Resultado: la investigación avanza con proliferación de trabas, víctimas y responsables. Paradójicamente, no se usa un caso particular para hablar de los mecanismos del poder, sino que se exhiben esos mecanismos para echar luz sobre un caso particular. Es una apuesta ambiciosa. Tanto, que cede gran parte de su autonomía estética a una estructura previa. La novela de Almeida expone la mecánica del crimen derivado de la corrupción y la violencia política porque parece escrita para eso. De ahí que todo deba ser explicado, puesto en evidencia. En eso, La tensión del umbral no hace concesiones. Los personajes no siempre alcanzan carnadura y los diálogos no siempre resultan verosímiles, a veces sólo funcionales al develamiento de la trama. Como en una paranoica investigación periodística, todo puede ser sospechado y esas sospechas resultan atinadas. Sin embargo, el investigador y la víctima se mantienen lejos de las suspicacias. Allí, la novela no encuentra sombras significativas. Los inmuniza, como amparados por el peso de la verdad que dicen perseguir. El periodista expone a los que lo rodean porque “quiere saber”, sin advertir que las muertes que se suceden a su alrededor tienen directa relación con su búsqueda privada. Una novela de tesis, empeñada en demostrar una verdad prevista. Y queda en los lectores determinar el grado de interés de la evidencia.
Eugenia Almeida, La tensión del umbral, Edhasa, 2015, 304 págs.
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