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¿Qué pasa cuando un poeta se pone a escribir narrativa? La respuesta, si miramos hacia esta parte del mundo, estaría en las narraciones de Fabián Casas, de Washington Cucurto, de Luciano Lamberti, de Francisco Bitar, por nombrar a unos pocos, y también está en Salvapantallas, una novela escrita por el poeta costarricense Luis Chaves.
En los casos de los poetas nombrados, el salto a la prosa de ficción era un modo natural de extender lo que se perfilaba en los poemas. Ya había en las respectivas obras un aliento narrativo, ganas de contar una historia a partir de la utilización de coordenadas tal vez más expansivas.
En el caso de Luis Chaves, Salvapantallas permite reconocer una voz que habíamos leído bajo otra forma y constatar que hay algo que persiste y funciona: la certeza de que la vida es un infierno, pero que debe ser contada, no con desidia, autocomplacencia, dolor o conmiseración, sino con una suerte de atención alerta. Así, el narrador dice: “Hay unos años perdidos, como esos documentos sobre la vida de Jesús. En esos años hay educación universal y obligatoria, un título universitario y deporte de alto rendimiento. Luego empezó todo. O terminó todo, depende de quién lo vea”.
Para la prosa de Chaves, esta productiva estrategia de posicionamiento bélico en el campo de batalla cotidiano redunda en un raro humor. En la novela, el poeta logra encontrarles la gracia a situaciones de una fragilidad apenas perceptible. Por ejemplo: “Un vez probé leche materna. Ya de adulto, quiero decir. Tenía treinta años, lo que nos ubica en 1999. Fue en una casa en el barrio de La Granja. Allí vivían Kira y Amanda, dos gringas que vinieron a San José a trabajar y aprender español. No era de ellas la leche; fue en una fiesta, metido en el baño con una amiga. Para ser exacto, no la probé: tomé. De la fuente. No es poco”.
Con esta clase de material Chaves monta una serie de textos cuya proeza es hacer pie en un género volátil y de una complejidad y unas posibilidades de manejo muy diferentes de las de la poesía. Ya al comienzo la proeza es motivo de orgullo: “¡Mirá, ma, mirá! ¡Estoy escribiendo un libro! ¡Ahora sin manos!”.
¿Hay una historia? Sí, claro. Es una historia que perdió la cronología en algún momento del proceso de escritura, y eso la hace más atractiva, más llevadera, si puede decirse así en estos tiempos de lectura interrumpida. Por otra parte cabe preguntarse, si uno piensa en el lector entrenado de fines del 2015, si la linealidad tiene todavía algún encanto especial como procedimiento narrativo.
Chaves elige contar fragmentos, retazos de su propia vida. Y quién negaría a esta altura que muchas veces es así como funciona la memoria: caóticamente, con flashes y también con opacidades. En Salvapantallas están la infancia, los amores, una estadía en Buenos Aires, el fútbol, la paternidad, en fin, buena parte de ese guiso espeso que se va cociendo cuando los días se suceden sin pausa. Chaves consigue retratarlo todo con la convicción de que a un lector se lo gana a fuerza de personalidad y estilo. En este sentido la novela, que busca el retrato llano estampado en baldosas y rincones del pasado, dialoga con Titanes del coco, la reciente vuelta a la ficción de Fabián Casas. Cada uno a su manera, en varios aspectos los dos son textos de sobrevivientes. Lo dice el epígrafe de Salvapantallas: “Tu cariño te obliga a estar de pie”. Pero también dice algo al respecto el narrador: “Termino de escribir esto que le debía a varias personas. Es tarde y hubiera querido hacerlo mejor. Pero es lo que hay. Entra por la ventana la misma brisa milagrosa que venía de rozar las hojas de los árboles de aquel parque. Estamos de pie. Eso quiero creer”.
Luis Chaves, Salvapantallas, Seix Barral, 2015, 144 págs.
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