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Las horas derramadas

Pablo Di Marco

LITERATURA ARGENTINA

El 15 de abril de 2019 ardió Notre Dame. En directo, desde el sillón de casa, vimos por televisión ese espectáculo de llamas alzándose al cielo, empeñadas en borrar una parte de la historia de Occidente. En Las horas derramadas, la novela de Pablo Di Marco que acaba de editar Dualidad (ganadora del XXI Premio Ategua en 2010), también se derrumba un templo cristiano. En esta ocasión no es culpa del fuego. O en todo caso es un “fuego” distinto: se trata del progreso. Una basílica lleva tiempo agrietándose en una ciudad de faroles en la que todavía se escucha el fútbol por la radio y se viaja en tranvía. Primero cae la cúpula. El resto sucede de a poco, mientras las casas con jardines son reemplazadas por moles de vidrio y acero, y los vecinos parten y su lugar es ocupado por oficinistas. Entonces llegan las misas sin fieles, el salón de bancos vacíos. Después, el derrumbe.

Lo primero que se intentó salvar en Notre Dame fueron los sacramentos, sus reliquias, obras de arte. Entre ellas, la corona de espinas de Jesús, un pedazo de la cruz y el órgano de Aristide Cavaillé-Coll. En Las horas derramadas el Padre Milo se empeña en proteger un tesoro más modesto: libros. Debe salvar una biblioteca de incunables y de ediciones infolio. “Los libros nos conectan con un pasado que debemos salvaguardar para quienes nos sucedan”, dice el Padre Milo, y enseguida agrega: “También los libros pueden guiarnos hacia el futuro”. En su misión de trasladarlos al segundo subsuelo, donde los imagina a salvo del colapso de la basílica, el padre Milo cuenta con la ayuda de Gabriel, una de las claves de esta historia. Gabriel vive una vida apagada, eludiendo los riesgos de la aventura. Su tarea de cada día se reduce a poner en casilleros la correspondencia de sus compañeros de oficina. En un momento, Gabriel, ese nombre con resonancias religiosas, mira los libros que tiene delante y los envidia: imperturbables en sus anaqueles, ellos están ajenos a la tragedia. No lo sabe, pero acaba de dar con una definición precisa de clásico.

La novela de Di Marco está atravesada por lo fantasmagórico y lo onírico. Errar por calles oscuras puede llevar horas o apenas minutos. El tiempo corre distinto, agotado. Y se escuchan aullidos. Los esplendores del cielo son una guadaña de luz en medio de las nubes. Entre las preocupaciones del autor —que se continúan en Tríptico del desamparo, de 2018—, se cuentan el mundo editorial, el lugar que ocupa el arte en la vida de la gente, la importancia de los clásicos. A Di Marco lo asusta un mundo en el que los escritores no son necesarios. Sabe, como supo Platón, que los únicos que pueden ver la realidad son los poetas. Quizás no es una mala idea reparar en eso ahora, en tiempos turbulentos para los libros y la edición. Pasados los derrumbes o las pandemias, como podría haber dicho Calvino, los libros que todavía no hayan dicho todo lo que tienen para decirnos se sacarán el polvo de encima y seguirán hablándonos.

 

Pablo Di Marco, Las horas derramadas, Dualidad, 2020, 192 págs.

10 Sep, 2020
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