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Como en Poemas de Estambul, su primer libro, en Poemas de Middlebury, el sexto, el título que elige Denise León ubica su poesía en un espacio: esta vez, un pueblo del estado de Vermont. El nombre puede partirse en dos: “Middle” (medio) y “bury” (enterrar).
Middlebury se quemó en gran parte durante la guerra de independencia de Estados Unidos. Luego de la guerra, los pobladores regresaron para reconstruir sus casas. Podría pensarse este libro como lo que viene después de una catástrofe, pero antes de la reconstrucción. Lo que está en el medio, lo que sucede después de un entierro: “Frente al paisaje / del cementerio”.
La figura de la madre, tan presente en los libros de León (ya en El saco de Douglas, la dedicatoria es “A mi madre, como siempre”), aquí aparece de otra forma. Como se lee, “más que / una presencia / ella es un ritmo / que me invade / todavía”. A la madre esta vez no se la nombra explícitamente, salvo en el título del poema que incluye esos versos, “Lengua materna”. La madre, o al menos la palabra madre, ha empezado a quedar enterrada, “Ella / está en la tumba”. Aparece en forma permanente como “ella” o “tú”, pero nunca nombrada.
Y ahora que la palabra madre está enterrada, “¿Adónde volver?” es la pregunta del poema “Exilio”, como si atravesar la pérdida fuera más una cuestión de espacio que de tiempo. ¿A qué otra tierra? ¿A un pueblo ajeno como Middlebury? ¿A una lengua ajena? Pero ¿hay verdadero exilio si se elige un pueblo cuyo nombre oculta un entierro? ¿O lo que hay es “No más mundo”? Ese “medio” o “entre” pareciera ser el espacio que León recorre en el libro: el espacio extrañado de la pérdida, ese que habita quien acaba de perder a otro y se pierde a sí mismo, “la delgada línea / entre / estar aquí / y ya no estar”. Los poemas avanzan en versos breves, con la lentitud y el cuidado de alguien que anda en la oscuridad. O del que va casi a su pesar, remolcado por las propias palabras. O del que habla después de haber llorado mucho. Versos tan breves que a veces son una sola palabra; una y otra vez la “y” es todo lo que conforma un verso, la “y” inesperadamente rodeada de vacío, despojada de su capacidad de unir. Los poemas sostienen una calma engañosa; una “sombra leve” acaba por clavarse “como un filo / en el hueso / insoportable”, al mismo tiempo que la imagen se clava en el libro, acecha su lectura.
“Esta es la casa / de todas las cosas. / Se puede ver / lo que hay afuera / pero es imposible / salir”, decía León en Templo de pescadores, su libro anterior. Acá también parte de un encierro: “Las ventanas cerradas” es el primer verso del primer poema que instala el clima del libro, reforzado luego con frases que se reiteran, como “para siempre”, “finalmente”, “por fin”, “definitiva”, “ya no”.
En la última sección parece que algo empezara a cambiar. La red tiene agujeros, “la red / es un comienzo / posible”, e incluso el título de un poema es “Y se vive”, una frase frecuente que en este contexto adquiere un brillo conmovedor. La búsqueda de un nuevo espacio se explicita, “trazando planos / sin querer estar / tan perdida / entre / todos los lechos / de la tierra”. En el último poema, de aquellas ventanas que en el principio del libro aparecen firmemente cerradas se pasa a la apertura de un signo de pregunta: “¿dónde está la llave?”. “Vos, / vos misma/”, se habla la huérfana por primera vez a sí misma, y esboza la posibilidad de ir ocupando el espacio de sus propios días.
Poemas de Middlebury es un libro dolorosamente bello, de una poeta argentina que desde su primera publicación instaló una voz potente y personal, y abrió un camino que vale la pena recorrer.
Denise León, Poemas de Middlebury, Huesos de Jibia, 2014, 48 págs.
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