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“¿Qué es lo que se escribe en un diario de guerra si uno no sabe nada sobre la guerra?”, reflexiona el narrador de Animal doméstico, la novela de Mario Hinojos que ha editado Caballo de Troya. Y páginas después: “Para nosotros, la guerra siempre ha sido un asunto extranjero o un asunto del pasado”. En una de las canciones más célebres de Talking Heads (“Life during Wartime”), David Byrne mostraba ese necesario extrañamiento que provoca un conflicto bélico para todas aquellas generaciones que no hemos sufrido la devastación de las grandes conflagraciones del siglo XX, que hemos disfrutado (al menos en términos globales) de la más prolongada época de paz de la historia de la humanidad, que tan sólo conocemos el fragor de la batalla y la experiencia del combate a través del cine, de la televisión o de los videojuegos. Como Agustín Fernández Mallo en su última y excelente novela (Trilogía de la guerra), Hinojos recurre a un tema que en principio nos parece tan incomprensible y ajeno para indagar en los traumas que llevamos dentro, quizá invocados por un difuso inconsciente colectivo. Porque de lo humano y lo animal que hay en nosotros trata precisamente este libro, estructurado en torno a un diario que deviene ensayo, a una reflexión de fondo que se funde y confunde con la historiografía.
“El animal doméstico siempre obedecerá a tus intereses”. El perro, siervo del hombre por excelencia, es entrenado para la guerra y asilvestrado con el fin de ser usado como arma de hostigamiento; al tiempo, la contienda armada es el instrumento más expeditivo que usa el poder para domesticar al súbdito, para sojuzgarlo y, en última instancia, demediar su condición humana (“la guerra es la negación de la primera persona”). Es esta línea quebrada de animalidad civilizatoria la que interesa al autor, que se vale para efectuar su certero diagnóstico de un extraño psiquiatra que, por supuesto, no solamente está analizando al paciente protagonista, sino a una sociedad enferma. Desencadena la trama —ambientada en una guerra de la que no sabemos bien las razones, si es que existen razones para tal cosa— el ataque de un grupo de perros de presa que, al ser definido como ejército, adquiere una entidad casi antropomórfica, como en una fábula que puede evocar a Orwell o a Kafka pero pasada por lo rulfiano —vine a la guerra porque me dijeron que acá vivía mi padre…—, y es en esa situación límite donde queda el hombre solo, desnudo, violentado; sin familia, sin hogar, sin domus, abandonado en un entorno hostil y artificial del que no hay huida posible y donde puede fallar el padre ausente tanto como la identidad sexual.
Hinojos demuestra haber leído bien a Sebald, y hay en el libro esa combinación de texto e imagen en la que el montaje insufla fuerza a lo narrado; el autor conoce Austerlitz y Sobre la historia natural de la destrucción y sabe aplicar perfectamente esa especial mirada que se ha convertido ya en un estilo de estructurar relatos. Está también aquí la tensión entre la deriva y el intento de agotar un tema: igual que Philip Hoare se aplica en Leviatán y la ballena a agotar la historia cultural de los cetáceos, la alucinante investigación que propone Animal doméstico está centrada en catalogar exhaustivamente la relación entre los perros y la guerra. Este recurso da pie a que el relato se disloque, a que se multiplique cervantinamente en una infinitud de cajas chinas y a que el escritor dialogue de tú a tú con autores como Aira, Chejfec, Levrero, Handke o Coetzee. Finalmente descubrimos que toda guerra es interior, y que es la que se mantiene con uno mismo.
Mario Hinojos, Animal doméstico, Caballo de Troya, 2017, 320 págs.
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