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Base de sobra. ¿A quién le toca ser el negro de nuestro tiempo?

DISCUSIÓN

“Si yo no soy el negro acá, pregúntense por qué han inventado eso. Nuestro futuro depende de ello: de si pueden o no hacerse esa pregunta”, aseguró alguna vez el escritor y activista estadounidense James Baldwin. Así, ¿puede el negro dejar de ocupar el lugar inamovible y subalterno que la imaginación blanca le asigna? ¿A quién le toca ser el negro hoy? ¿Al negro de siempre? ¿Quién fija su ubicación? ¿Quién sella su negritud?

Recuperadas por el realizador haitiano Raoul Peck para su documental I Am Not Your Negro (2016), las palabras del “negro puto” de Baldwin acercan una didáctica: la posibilidad de identificar en el presente mileísta de la Argentina quiénes sobran. Quién es “el negro” en esta imaginación política. Quiénes —invitados a competir— son señalados automáticamente como existencias sobrantes. Marcadas por el vértice superior del poder, que abandonen o no su residualidad constitutiva y sobrevivan entre “los argentinos de bien” dependerá sólo de su fuerza o su ingenio. No habrá allí entidad republicana alguna; sin embargo, la historia oficial podrá asegurar que fueron personas debidamente participadas a intervenir en la batalla cultural —el gobierno no discrimina, dice a diario el funcionariado—. Que vayan a tener un desenlace letal sólo obedecerá entonces a su infortunio de base.

 

Base. Base de sobra. Nacer y crecer como sobra porque tu cuna fue un conventillo. Y desde el conventillo ya no podés ir a pedir ayuda a ningún ministerio. Las cuatro mujeres lesbianas rociadas mientras dormían con líquido inflamable y prendidas fuego por Fernando Barrientos la madrugada del lunes 6 de mayo de 2024 en una pensión del barrio de Barracas —Olavarría al 1600— acreditan para el ideario de Casa Rosada la condición inconfundible de ciudadanas remanentes. Hacinadas y “problemáticas”, dos parejas desertoras de la heterosexualidad, empobrecidas, son responsabilizadas por supuestos “ruidos molestos”. Brujas conventilleras, hoguera orillera. Los ruidos molestos siempre sobran.

Para la historia del desacato sexogenérico, la acusación de “ruidos molestos” compone un capítulo aún no del todo escrito. La noche gay, la vida trava, la disco “licenciosa”, la reunión de “machonas”, el grito trans, el bar de clientela “curiosa” y la voz aflautada de un marinconcito intenso fueron y son sonidos irritantes. Los archivos de la policía acumulan incontables denuncias por ruidos molestos que son, en rigor, denuncias sobre presencias a extinguir. Una bocina alarmante para restablecer la prioridad de paso.

 

El negro a su lugar. El negro al lugar del negro, desprovisto de derechos. Vaciado. Las personas que viven con síndrome de Down, restituidas a la burla oficial, tal como tuiteó el presidente en la red social X. Los homosexuales, al sexo con elefantes (Milei) y a convivir con los piojos (Diana Mondino). Los enfermos oncológicos que dependen de la medicación del Estado, al cementerio —fallecieron siete desde que empezó este gobierno—. Los chinos con los chinos, condenados por “iguales”. Los “parásitos” de las dependencias estatales, al hambre. Las lesbianas a la cárcel. Los sobrantes al sobre. Cerrado. Y mientras tanto, que el “ano dilatado de Batman” que vive en el Conicet cierre el culo.

El ataque lesboodiante contra Pamela Cobos, Mercedes Figueroa y Andrea Amarante (asesinadas) y Sofía Castro Riglos monta una escena harto ejemplificadora del afán normalizador que domina hoy la Argentina. En urnas, en redes, en instituciones, en medios, en empresas. Y en casas de familia. Un programa de acción que, entre otros orígenes, detectó en el macabro asesinato de Lucio Dupuy una oportunidad inmejorable para sobrecriminalizar a los feminismos en general y a las lesbianas en particular. De ese festival de ensañamiento —milimétricamente dispuesto durante meses por ejércitos digitales afines a La Libertad Avanza—, estos resultados.

Cercar cuerpos y relaciones entre los cuerpos. La individualidad entendida como individualidad a ultranza. Que el flujo social sea doméstico y silencioso. Quebrar nexos. Bloquear recorridos comunes, desmovilizar y desministerializar la denuncia. La figura del proceso ideológico en curso bien podría ser la de una restauración “hetera” (como abreviatura simbólica de heterocis y de aceptabilidad): un triunfo definitivo, en todos los órdenes, del tan mentado “país normal”. La imaginación cisexista reubica al negro. Negro es quien no intenta “ser normal”.

La sensación social de desposesión —de bienes, de accesos, de objetos de consumo, de horizonte— es muy anterior al anarcocapitalismo gobernante; no obstante, esta es una formación partidaria que parece haber asumido para multiplicar el desabastecimiento material, mientras —eso sí— garantiza la preservación absoluta de una propiedad para ella inembargable: el binarismo de género. Si se robaron todo, Javier, Victoria y Karina llegaron para que no sea sustraído también el género divino, la pertenencia inmutable, la rectitud atesorada del femenino y el masculino, trabajadores esenciales.

La política de seguridad más practicable del gobierno es, hasta hoy, la promesa latente de un reordenamiento binario. La sucesión de permanentes alegatos públicos en esa dirección del diputado nacional Alberto Benegas Lynch, del diputado bonaerense Agustín Romo y del biógrafo y asesor del presidente Nicolás Márquez es prueba cabal: todos arremeten con frecuencia contra las infancias trans, prometiendo a padres y madres la devolución de esa “tranquilidad” edénica protagonizada por nenas y nenes conformes con serlo. Un conjunto a esta altura incuantificable de asesores, publicistas, amigos y militantes libertarios hace lo mismo. Ser de base, seres sin sobras.

En este elenco, cabe interpretar los usos membretados de la dictadura militar como una propuesta de relativizar no sólo los crímenes de lesa humanidad y el terrorismo de Estado. La teóloga disidente argentina Marcella Althaus-Reid lo dijo mejor cuando en su Teología indecente (2000) afirmó que “la Junta Militar tenía un proyecto sexual”. Es primero en la dimensión subjetiva, íntima, que la empresa gubernamental piensa reponer usos y costumbres distorsionados por “la insanía” de gays, lesbianas y trans. Sábanas blancas.

Como apunta la historiadora italiana Silvia Federici, durante la caza de brujas medieval los homosexuales eran forzados a encender el fuego donde las brujas eran quemadas. Ante este panorama, el desafío inmediato de la población LGBTIQ+ es prevenir en bloque la inminencia de nuevas brasas. Al decir de Baldwin, seguir describiendo por qué ubican al negro sólo en el lugar del negro. El plan es morir. Y matar. Nuestro futuro depende de esto.

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