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Los Dragones de la Bahía del Este es una banda estadounidense de motoristas negros que tiene su sede en Oakland. Ese es el “ejército negro” al que se refiere el título, una hermandad de cowboys sobre ruedas, de motoristas forajidos, de seres temibles que habitan muy cerca de San Francisco, donde a lomos de sus Harley Davidson rinden diario homenaje al dragón, el animal-símbolo que ocupa la posición central en los parches e insignias (ellos los llaman “colores”) que los identifican como outlaw bikers y los diferencian de otras bandas.
El libro que se adentra en las profundidades de esta organización marginal y peligrosa, El ejército negro. Un bestiario oculto de América, es el primero que se escribe sobre ellos en cualquier lengua con ambición totalizadora. El rastro de estos endiablados motoristas, eso sí, puede encontrarse en multitud de otros libros, en viejas revistas, en películas y cómics, en la sección de sucesos de los periódicos, en informes policiales, en ciertas biografías de miembros o de ex miembros, pero este es el primer relato completo sobre un grupo de jovenzuelos pendencieros que a mediados del siglo pasado decidieron formar su propio clan en una América poblada por veteranos de la Segunda Guerra Mundial, y luego de la de Vietnam, que tras regresar del campo de batalla no quisieron o no supieron abandonar el lado salvaje y cierta estética militar, pero que estaban hartos de una disciplina y unas leyes ante las cuales no estaban dispuestos a bajar la cabeza de nuevo. La motocicleta como evolución natural del caballo, las interminables carreteras americanas atravesando como arterias el cuerpo avejentado de las grandes praderas, la libertad individual cristalizada en el humeante rebufo que deja atrás tu “hermano” de correrías.
Servando Rocha (Santa Cruz de La Palma, 1974) ha buceado en todas esas fuentes para construir una historia completa del fenómeno, y ha viajado hasta la guarida de los dragones de Oakland para comprobar que todo era verdad, o por lo menos que el mito, la leyenda, era cierta. Así comienza el libro, con su llegada titubeante a los locales de la oscura sede oficial, en una primera persona que irá apareciendo y desapareciendo una y otra vez a lo largo del texto para dilatar el relato de su encuentro con Tobie Gene Levingston, presidente de los Dragones, y para ir trufándolo de las múltiples historias que acaban conformando el tapiz de este bestiario: historias de razias, historias de muertes, historias de brutales enfrentamientos, historias de héroes y de borrachos, de traidores y juegos ocultos.
Basta con echar una ojeada a algunos de sus títulos para ver de qué pie calza el autor: Los días de furia: contracultura y lucha armada en los Estados Unidos (1960-1985) (2004), Historia de un incendio. Arte y revolución en los tiempos salvajes: de la Comuna de París al advenimiento del punk (2006), o el absolutamente fascinante La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado (2012), un viaje ensayístico a través del terror en el arte y la cultura que cambia constantemente de época, de lugar y de protagonistas (de Robespierre a los Sex Pistols, de la Sociedad para la Promoción del Asesinato a Dadá) mediante un lúcido y lúdico sistema de asociación libre que añade a su oscura sapiencia el desconcertante efecto de la sorpresa.
A pesar de que aquí el tema está mucho más acotado, algo de ese libre proceder hay en El ejército negro, que empieza con los Outlaws de Chicago, los 13 Rebeldes y los Boozefighters de Wino Willie Forkmer para asistir de este modo al nacimiento de estas bandas de forajidos sobre ruedas en los años cuarenta, regresa al presente de su crónica en Oakland, viaja luego al Far West del siglo XIX para mostrarnos a los pistoleros negros, salta a la época de los Panteras Negras, y así hasta ir rellenando todos los huecos de una historia inquietante y legendaria.
Servando Rocha, El ejército negro. Un bestiario oculto de América, La Felguera Editores, 2015, 440 págs.
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