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Pareciera que, con esta novela, Manuel Vilas (Barbastro, 1962) pretende alejarse de la poética que ha venido construyendo en su obra previa, dotada de una gran coherencia, tanto en su vertiente narrativa como poética. Si ésta era su intención, por fortuna, ha fracasado, o al menos no ha tenido un éxito completo.
Porque en El luminoso regalo encontramos los rasgos que lo han convertido, en relativamente pocos años, en uno de los autores más originales y renovadores de la literatura contemporánea en español: el sentido del humor; el uso personal de la hipérbole y de la repetición; la desacralización de íconos históricos, artísticos y religiosos; la construcción de un “yo” ficcionalizado y mitificado; las referencias pop, de carácter más personal que enciclopédico; la inserción irónica de discursos políticos y religiosos; el tono celebratorio y a la vez paródico; la mezcla de elementos cotidianos y triviales con otros de carácter trascendental; el contraste entre espacios domésticos y tramas de proporciones cósmicas; la imaginación fecunda para crear situaciones insólitas que, al sumarse, dan por resultado un universo único, al que no es posible describir más que con el adjetivo vilasiano. Sin embargo, todos estos rasgos aparecen ahora algo desleídos, quizás porque esta novela se quiere más tradicional que las anteriores del autor, más cercanas a la novela en cuentos. Este subgénero le permitía acumular historias sin tener que preocuparse por la continuidad de la trama o la psicología de los personajes, abandonándose felizmente a la sucesión de escenas ligadas por una excusa narrativa y, sobre todo, por la unidad de tono y pertenencia a un mismo mundo imaginario de enorme variedad y riqueza.
Esta vez, las reglas se trastocan y se brinda mayor importancia al argumento: Víctor Dilan, un escritor español de “éxito” (es decir, grandes ventas y puestos directivos en instituciones culturales), posee “el luminoso regalo”, que consiste en poder acostarse con la mujer que quiera. Salvo con su hija, aprovecha su don con todas las mujeres que se le cruzan, entre las que sobresale Ester, la Bruja, su equivalente en versión femenina. La novela, así, se convierte en un desfile de mujeres y encuentros sexuales, todos más o menos iguales, narrados con crudeza pero sin traspasar ciertos límites incómodos (como el porno light que se transmite por cable), hasta llegar a un punto predecible que provoca que uno lamente la invención del Viagra, medicamento que Dilan ingiere, al igual que el alcohol y los antidepresivos, en cantidades entusiastas. Y es que a pesar de la multiplicidad de personas gramaticales, tiempos verbales y trucos (narrativos) de Vilas y (sexuales) de Dilan, la trama y el sexo acaban siendo monótonos, al punto que se tiene la impresión de que se dice que se folla mucho, en lugar de simplemente presentar los hechos y los actos. Al final, esta lectura de corte erótico acaba recordando, más que a Bataille, el célebre verso de Mallarmé, el de la carne triste y todos los libros leídos, ya que uno ya ha leído lo mejor de esta novela en la obra previa del autor, y lo peor en muchos otros libros que no le hacen justicia a su talento.
Manuel Vilas, El luminoso regalo, Alfaguara, 2013, 384 págs.
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