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En la historia de los magnicidios, el de Albino Luciani, entronizado Papa en agosto de 1978 con el nombre de Juan Pablo I, no cuenta como un crimen por encargo del Espíritu Santo. Y haya o no guiado Dios la conjura en su contra, o movido, con su dedo todopoderoso, la mano del envenenador, la versión oficial sostiene que el deceso se debió a una falla cardíaca. En Plegaria por un Papa envenenado, el colombiano Evelio Rosero se vale del misterio en torno a la muerte de este pontífice que duró sólo treinta y tres días en el Vaticano para escribir una novela biográfica cuya base documental es tamizada por una escritura que apuesta fuerte por lo literario. Considerado por algunos casi como un hereje, Luciani no condenaba la píldora anticonceptiva ni la inseminación artificial, no se oponía al control de la natalidad y hasta pretendía que las mujeres pudieran ejercer el sacerdocio. Más franciscano que el jesuita Bergoglio, tras ser elegido Papa rechazó las pompas de la Misa de Coronación, solicitó que los centinelas de la Guardia Suiza no se inclinaran al verlo aparecer y se propuso promover una “Iglesia de los Pobres”.
Razones no faltaban, pues, para que algunos quisieran aplicarle lo que en la novela se presenta —en sintonía con la recordada escena de El padrino— como la tan temida “solución siciliana”. La investigación que el inglés David A. Yallop llevó a cabo en su libro En nombre de Dios, sobre la connivencia que habría existido entre la Curia y la mafia italiana en el asesinato de Luciani, le sirve a Rosero para poner de manifiesto que no fue tanto el “progresismo” del Papa sonriente (como era conocido) lo que le jugó en contra, sino las denuncias por estafas y malversación de fondos con las que se enfrentó al cardenal Paul Marcinkus, poderoso director del Banco Vaticano.
Lejos de escribir una novela histórica tout court (el autor ya había incursionado en el género con La carroza de Bolívar y se había metido con la Iglesia católica en su novela Los almuerzos), en Plegaria… la acción remite también a un plano sobrenatural, con un Vaticano habitado por demonios bajo camuflaje cardenalicio. Entre sus logros, sin duda, se cuenta el paseo laberíntico que Rosero imagina valiéndose de la curiosidad del novísimo Papa (su visita a los Archivos Secretos y su afiebrada enumeración de las reliquias son pasajes memorables), así como la mordacidad con que se ventilan algunas de las miserias de la Curia romana.
A través de las voces de las Prostitutas de Venecia, suerte de coro espectral que asume el papel de un narrador colectivo, encargado de contar la vida de Luciani y anunciarle su destino sin que este pueda oírlo, la narración le hace lugar a un registro poético que por momentos desentona. Tampoco es del todo feliz la decisión de Rosero de trasladar al Papa, una vez muerto, a un inframundo plagado de celebridades literarias, a la manera de un Dante al que se le ha extraviado lo dantesco. Lo interesante —desde un punto de vista literario— sigue estando arriba, en las intrigas palaciegas, en los fraudes y simonías de la corte. En ese Vaticano alucinante, sede de una Iglesia en la que coexisten, bajo un mismo techo, Cristo y el Anticristo como algo más que reversos el uno del otro.
Evelio Rosero, Plegaria por un Papa envenenado, Tusquets, 2014, 168 págs.
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