Una metáfora que ha hecho fortuna acostumbra a atribuir al arte de escribir un procedimiento análogo al de la arquitectura, en el que el folio en blanco sería el espacio en construcción; muchos autores han acudido a tal analogía, pero el singular empeño que Iván Repila se ha propuesto en Prólogo para una guerra consiste precisamente en construir su obra bajo esa premisa exacta, vale decir de manera literal. Así nos encontramos con una novela que se divide en las fases de un proyecto de edificación y que va creciendo frente a los ojos del lector desde el primer esbozo hasta la urbanización completa. Esto no quiere decir ni mucho menos que Repila nos desvele sus costuras o la estructura en la que va cimentando su argumento, ya que la maestría que exhibe en el oficio provoca que no podamos entender para qué sirve cada compartimento o cómo va colocando cada ladrillo hasta que el paisaje final se nos revele en su totalidad. Lo consigue mediante una prosa perfecta y precisa, que sabe ser críptica o reveladora cuando así se requiere.
Sabemos que Ayn Rand se ocupó en El manantial (1943) del arquitecto visionario, y que J.G. Ballard trasladó una figura análoga a la distopía de Rascacielos (1975) para mostrar que el tesón del primero era solipsista y enfermizo. En la misma estela, Prólogo para una guerra bascula sobre la creación de un monstruoso laberinto que Borges no podría haber imaginado ni en la peor de sus pesadillas, una ingeniería atroz que nos remite a Dante. Y es en ese infierno que se va haciendo físico y real donde se pierden los protagonistas de la novela sin saber bien qué quieren o lo que persiguen: su propio creador y la némesis de este, un desengañado que renuncia a la palabra para entregarse a una deriva casi situacionista.
La evolución de los dos personajes que se disputan el texto nos hace ir comprendiendo, según van encajando las piezas, que sus actitudes enfrentadas o sus anhelos inútiles no dejan de ser parejos, que sus búsquedas desesperadas acabarán confluyendo en el mismo lugar. Hay en el fondo un paisaje urbano deshumanizado, degradado; una crisis espiritual que es reflejo de la política; un dolor real que trasciende cualquier simbolismo o alegoría; gentes desubicadas en un entorno hostil fabricado ex profeso para su extrañamiento; un creciente rumor de insurrección civil por parte de los desposeídos, que torpemente se afanan en habitar plazas estériles; una visión desolada del mundo que se construye y conforma como proyección de nuestras mentes heridas.
Iván Repila, Prólogo para una guerra, Seix Barral, 2017, 288 págs.
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