Si nuestra presente condición tecnológica se define por el hecho de que el entero archivo musical está-a-la-mano, Lady Gaga puede pensarse como la manifestación en el terreno de la producción de lo que día a día experimentamos como consumidores: a la hora de ensamblar un álbum o aun de componer un tema, el compositor actual es un investigador en una suerte de discoteca de Babel. Su contribución específica: su talento para darle visibilidad extrema a una condición que la excede y, en realidad, la precede. Y sí: ya el lejano Since I Left You (2000) de los australianos The Avalanches jugaba con todas las posibilidades expresivas del sampleo y componía un disco emparchado a base de fragmentos de canciones reconocibles de la historia del rock and pop. Y en los últimos años, Girl Talk actualizó ese formato hilvanando hits radiales de los ochenta, los noventa y los dos mil para componer sus exitosos Night Ripper (2006) y All Day (2010). En estos y otros trabajos afines, sin embargo, el entramado de sonidos se oye como resultado de un esfuerzo, como si los artistas se hubieran ocupado de exhibir sus procedimientos compositivos, a la manera de las vanguardias. Gaga aparece en un paisaje cultural en el que este es el modo compositivo dominante y naturalizado. Así, y a pesar de que en sus manos la canción pop es un Frankenstein, la artista puede conducirse como si le estuviera regalando al mundo una obra de arte orgánica. Esto explica en parte que su música nunca tenga el perfume de riesgo y novedad que tenían muchas de las intervenciones de Madonna y que la sucesión maníaca de looks tan elaborados como excéntricos promete. Ahora bien, su significado se juega precisamente ahí: en la discordancia entre un pop perfectamente radial y reconocible, hasta convencional, y la deriva imparable de una performance pública que es cada vez más inestable y radical. ARTPOP cristaliza esta tensión en su punto máximo: mientras que el teatro del aspecto y la estetización de cada paso público aspiran a la legitimidad del high art (de aquí las referencias a Andy Warhol y las colaboraciones con Jeff Koons, Marina Abramovic y Bob Wilson), las canciones del disco no sorprenden más allá del buen gusto de algunas combinaciones (temas como “Venus” resuelven en menos de cinco minutos las tensiones que pudiera haber entre David Bowie, Sun Ra, la ópera alemana y el RnB). Eco de su admirado Dalí, Gaga ha desarrollado con ARTPOP una personalidad más interesante que su obra. Y una personalidad significativa: su performance constante, en un saqueo de referencias que es a la vez el sueño dorado y la pesadilla de un vestuarista, no es otra cosa que la traducción teatral, y por ende inteligible, de las leyes secretas y no tan secretas de la composición musical. Y es eso lo que la define como la estrella pop del momento. Porque el pop siempre ha tenido como misión lo que ARTPOP declama de modo redundante: llevar a las luces del escenario, a la radio y a la televisión, es decir, a las masas, un secreto estético cocinado en sótanos recónditos y en una lengua que ellas no comprenden.
Lady Gaga, ARTPOP, Interscope/Universal, 2013.
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