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Los músicos argentinos que hoy trajinan entre treinta y cuarenta años de edad se han formado en buena medida en un contexto de enorme accesibilidad y variedad sonora. Los nefastos años de la convertibilidad y la paridad cambiaria permitieron un fácil acceso a cuanto disco compacto la curiosidad llevara, y quienes supieron aprovechar la situación nutrieron sus discotecas y sus mentes de una manera que hubiera sido mucho más difícil para generaciones anteriores. Caída la fantasía económica, el rápido crecimiento de Internet no hizo sino multiplicar la cantidad de músicas de distintos lugares, tradiciones y momentos históricos (y de documentación relacionada) a unos pocos clics de distancia. No es entonces de extrañar que las mezclas musicales sean un signo de estos tiempos, una tendencia que atraviesa casi todos los géneros, desde los más académicos hasta los más populares, y que incluye también el redescubrimiento y la revalorización de las tradiciones locales.
Pablo Dacal es, sin duda, uno de los compositores más relevantes de su generación. Si bien en la contratapa de su reciente disco –que puede escucharse online– nos ahorra el pequeño divertimento musicológico de trazar genealogías y anuncia ritmos de vals, tango, milonga y bachata, quizás resulte ya menos interesante saber de dónde vienen las cosas que hacia dónde van, qué es lo que las combinaciones producen de nuevo más allá de la suma de sus partes. La interpretación de su voz, de timbre y fraseo de reminiscencias rockeras, con el acompañamiento en estilo criollo (en el sentido más amplio del término) de las Guitarras del Tiempo, logra una obra de color local y contemporáneo a la vez. En las versiones grabadas, un nutrido grupo de músicos invitados enriquece la paleta sonora, pero en las presentaciones en vivo en formato cuarteto, como las que tuvieron lugar en el reciente ciclo realizado en el local La Dulce, de Barracas, el sonido se unifica en voz y guitarras (timbres casi “universales” y mucho menos fácilmente adheribles a un género particular como el bandoneón o ciertas percusiones, por ejemplo) y se borran las diferencias entre las “fuentes” compositivas (y aun entre las canciones propias y las de antepasados como Roberto Grela, Agustín Magaldi, la dupla Blomberg/Maciel o colegas actuales como Nacho Mastretta). Este efecto deja escuchar mejor lo que une muchas de estas músicas y no tanto lo que las distingue, permitiendo entrever un pequeño eslabón perdido para otras maneras de pensar y entender el mundo sonoro en que vivimos. La diferencia entre grabaciones en estudio y presentaciones en vivo es quizás uno de los omnipresentes e irresolubles temas de debate entre melómanos.
Este disco es como una mujer que se arregla para una fiesta o evento de gala, con un vestido deslumbrante, maquillaje, un peinado especial, joyas y brillos; pero en la versión en concierto, sola la voz con las guitarras, encontramos que la mujer es también hermosa a la mañana siguiente despojada de toda la producción. Es imposible elegir qué belleza es más bella, pero la combinación de ambas es seguramente irresistible y promisoria.
Pablo Dacal y las Guitarras del Tiempo, El corazón es el lugar, 2013.
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