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La Corea/Gadd Band entra con las luces encendidas, y encendidas quedan las luces por pedido expreso de Chick Corea. La cocción a fuego lento de “Night Streets”, de My Spanish Heart, uno de los discos solistas de Corea de los setenta en el que Steve Gadd tocó la batería, centrada en el entramado entre Gadd y el percusionista Luisito Quintero, en conjunción con la iluminación que no amainó durante casi dos horas de show, daba un aire casual; underehearsed incluso.
Por supuesto, lo único certero era la espontaneidad entre los músicos. La Corea/Gadd Band ha estado bastante activa, como lo prueba un disco grabado (en Japón ya se consigue) y la seguidilla de shows dentro y fuera de Estados Unidos. Es el proyecto más high profile al que Gadd le prestó su nombre (se excluyen, claro, sus trabajos como sesionista deluxe e integrante de las bandas de Paul Simon o Eric Clapton, las que lo llevaron a tocar dos veces en River), como lo evidencia que durante septiembre sus shows en el Blue Note fueran los más caros de todo el circuito de clubes de jazz en Nueva York. (Por cierto: Corea es una de las figuras del crucero del amor, perdón, del crucero de Blue Note, que zarpa en enero).
No termina de quedar claro, sin embargo, el porqué de la joint venture de tecladista y baterista. En los hechos, no deja de parecer un proyecto de Corea —una evolución de The Vigil, la banda con la que estuvo aquí en 2014— al que Gadd se sumó gustoso. Corea incluso pareció ponerlo en evidencia con un faux pas al introducir “Serenity”, del flamante Chinese Butterfly, como “una canción de mi nueva grabación”.
Gadd tuvo el tino de no meter un solo en cada tema. Su mayor protagonismo fue en la apertura cuando, luego de hacer base para el lucimiento de Luisito (en la ilustre tradición de percusionistas latinos con diminutivos, como Chepito Arias o Chichito Cabral), realizó una variación de su marca registrada en la grabación de “Ája” de Steely Dan, ese rápido repiqueteo entre el bombo y los tambores.
Por lo demás, tuvo especial presencia el guitarrista Lionel Loueke, quien además de estar a cargo de vocalizar doblando a su instrumento se pasó el show haciendo sonar su guitarra como cualquier cosa menos una guitarra. Irónico, porque tanto él como el saxofonista flautista Steve Wilson (sobre todo cuando tocaba el soprano) sonaban como los típicos solos de sintetizador de los setenta; es más, tocando al unísono incluso remedaban a un DX7 ochentero imitando una guitarra eléctrica. Es como si Corea (quien alternó entre los teclados —donde podía utilizar el sonido de Rhodes de hace cuarenta años con la posibilidad de alterar su tono mediante el pitch bend—y el piano), ante una disyuntiva de orquestación, hubiese elegido entre la guitarra y los vientos en vez de adicionar un segundo tecladista. O un tercer brazo.
Tanto en los temas viejos como en los nuevos, Corea y Gadd se recostaron en sus costados latin/afro jazz. Para los bises, luego de “Anna’s Tango”, un tango a lo Hollywood que recordó el problema perenne —como la interferencia radial en el Gran Rex, en plan Spinal Tap en base aérea— de la batería en el género, concluyeron de manera inevitable con “Spain”, precedida por un fragmento en el piano del Concierto de Aranjuez. Incluso Loueke terminó a pura distorsión, como un guitar hero de los setenta. Sin grandes novedades, juguetón con la audiencia pero sin el efectismo de la última visita de Herbie Hancock en el mismo teatro, Corea, secundado por Gadd, matiza pasado con presente: son dos de los septuagenarios más jóvenes que se puedan encontrar.
The Corea/Gadd Band, Teatro Gran Rex, Buenos Aires, 25 de octubre de 2017.
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