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Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo

Sergio Pujol

TEORÍA Y ENSAYO

Leandro “Gato” Barbieri fue una virtuosa anomalía, el hijo de una trama cuya densidad resultaría intolerable en este presente. Sergio Pujol se propuso algo más que un rescate. Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo, su último libro, lo colocó en la tarea del perseguidor. El autor ha seguido los rastros del saxofonista desde la Rosario natal hasta su partida del mundo, en 2016 y a los ochenta y tres años, con deslumbrante meticulosidad. Pero estamos frente a un libro que es algo más que una biografía: se trata de un estudio cultural con la música en el centro, en el que se problematizan no sólo las derivas del jazz, sino también las tensiones —retóricas— entre la autonomía del arte y la política en años de ebullición e ilusiones transformadoras que han salido por completo de la agenda.

Ante todo, Pujol escucha. Lo hace con fruición, pedagogía y un esfuerzo por captar el detalle y el matiz. Reflexiona de manera ejemplar sobre la materialidad del saxo gatuno, el aire que lo atraviesa y constituye, el efecto deseado de los sobreagudos, la sutileza de sus graves, la sustancia misma de la vibración. El soplido, en definitiva. Disecciona estilos (el paso del bebop al free y más allá), referencias, territorios, oficios, relaciones, complicidades (con Bertolucci y Glauber Rocha), nombres propios que van marcando la carrera de Gato: Coltrane, claro, pero también la escena italiana y parisina, Don Cherry (¡ese disco compartido del 65, Togetherness!), Carla Bley y la asociación con Liberation Music Orchestra, el ensamble de Charlie Haden, todas estaciones esenciales de la carrera internacional de Barbieri antes y después de recalar en Nueva York, donde, curiosamente, se encuentra con su destino sudamericano.

De ahí el subtítulo del libro, “Un sonido para el Tercer Mundo”. La preposición es clave: nos habla de una finalidad, un destino cuyos trazos el autor sigue de cerca. Dicho de otra manera: Gato tuvo un proyecto y lo llevó tan lejos como pudo, mientras las circunstancias y el deseo lo acompañaron. Y ese deseo también implicaba un oyente fuera de Manhattan o los circuitos europeos. “Por primera vez en su vida, su amor por el jazz quedaba subordinado a su identidad latinoamericana”, dice Pujol acerca de ese momento crucial. “Quienes lo conocían desde mucho tiempo atrás no pudieron dejar de advertir lo difícil de aquella elección. Era más que un giro estético: era una verdadera reinvención”. Gato salió a discutir “la idea hegemónica de un free jazz negro”. Lo suyo fue una “vía latinoamericana del free”.

Señala Pujol: “Una biografía de Gato Barbieri puede leerse como un relato de una épica personal sorprendente, pero también como la historia de una identidad en construcción capaz de superar la dialéctica entre lo local y lo universal”. Esto lo hace ubicar a su personaje en el podio que merece, cuando palabras como “hibridación”, “mezcla”, “pastiche” o “bricolaje” forman parte de una jerga crítica que por lo general no repara en que ciertos cruces, hoy apenas ademanes menguantes, resultaron una osadía en el momento en que Barbieri los propuso. “Intrepidez”, se dice, para destacar la articulación entre el jazz y determinados folclores latinoamericanos, una juntura que, a través de su saxo, tuvo una “incuestionable originalidad”. Como bien se documenta en las páginas del libro con apabullante información y altura reflexiva, Barbieri puso en tela de juicio el tópico de lo “latino”, circunscrito al ritmo de las congas y el timbal de Tito Puente por muchos años (¿qué haría un artista como Gato en tiempos de ecumenismo procaz como el de este presente de reguetón?).

El libro es una invitación a revisar la mejor producción de Gato, desde In Search of the Mystery, el discazo de 1967, hasta otras perlas como The Third World, Under Fire, Bolivia, con sus inscripciones guevaristas, Chapter One: Latin America y Chapter Two: Hasta Siempre. Este último trabajo se cierra con una versión descomunal de “Juana Azurduy”, la canción de Ariel Ramírez y Félix Luna incluida en Mujeres argentinas. “Latinoamérica”, repite el saxofonista, tres veces, antes que la máquina voraz se ponga en marcha. Volver a esos discos acompañados por el saber de Pujol es un viaje que se agradece.

La escritura de Jazz al sur, hace casi veinte años, le permitió a Pujol construir una cartografía que, con Gato, se vuelve más detallista. En uno y otro libro aparecen algunos nombres en común. Acá, obviamente, son los Barbieri, Leandro y su hermano Rubén, los que funcionan, junto con Lalo Schifrin, como protagonistas de un ambiente por lo general desconocido u olvidado. Y ahí también aparece Astor Piazzolla. Gato y el bandoneonista se cruzaron a comienzos de los sesenta en dos sitios claves: Jamaica y 676. Uno, Barbieri, tartamudo. El otro, rengo. Ambos, dotados de un afán de conquista que los llevó a ganarse el reconocimiento internacional. Hubo un tiempo en el que se prodigaron elogios. Pujol muestra el punto de ruptura a partir de Last Tango in Paris, cuya música compuso el saxofonista, pese al berrinche del marplatense, y lo hace sin tomar partido por los contendientes. Deja que el lector saque sus conclusiones sobre las razones del distanciamiento.

Mucho más fértil parece haber sido para Barbieri su relación especular con Julio Cortázar. No porque fueran verdaderamente compinches, sino por aquello que Pujol marca para encontrar sus aproximaciones: “Cortázar no hubiera podido escribir Rayuela quedándose en Argentina, pero tampoco lo hubiera podido hacer sin haberse convertido en escritor en su primer país […] Del mismo modo, The Third World o Bolivia eran discos inconcebibles tanto para un músico de jazz no argentino como para un jazzman porteño que jamás hubiera salido de Buenos Aires. El escritor y el músico creaban un vaivén entre universos disímiles”. De ahí que a Gato no le interesara la música argentina antes de su “epifanía” tercermundista, iluminación esta que en tiempos de globalidad promiscua y absoluta disponibilidad de las referencias parece imposible de materializarse. En ese sentido, el libro es también una historia de las pasiones y los horizontes de expectativas que la agonía del modernismo todavía invitaba a experimentar.

La declarada admiración no inhibe al autor de detectar el cenit y nadir de Gato. Y por eso recuerda que, a partir de Caliente, Barbieri emprendió un “derrotero menos arriesgado y comercialmente más exitoso”. Esta oscilación no fue patrimonio de Barbieri, sino también el modo en que una nueva época dejaba sus marcas en quienes habían atravesado ese periodo tan excepcional de la música popular de tradición artística, en especial entre mediados de los cincuenta y hasta la crisis del petróleo, es decir, 1973, por precisar un posible (y quizá discutible) punto de corte.

Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo es un acto de vindicación y, a la vez, un libro que, sin alaridos, sale a discutir los estatutos de la creación en tiempos de liquidez y anomia. A la música le faltan quizá uno, dos, muchos Barbieris, sentimos al abandonar la última página.

 

Sergio Pujol, Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo, Planeta, 2022, 384 págs.

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