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La caracola

ARTES

 

Tal vez haya sido un final previsible pero no por eso dejó de ser sorpresivo. De pronto, un día, algo que no había sido detectado por los instrumentos llegó de las profundidades del espacio y chocó contra la Tierra. En el momento que precedió al impacto todas las criaturas vivientes del planeta fuimos un único ser estremecido de horror.

La colosal explosión sacudió la Tierra con tal fuerza que resultó un milagro que no estallara en pedazos. Gran parte de la humanidad se pulverizó en el aire en ese mismo instante; sin embargo algunos sobrevivimos… si es que acaso estamos vivos. Desde aquel entonces (posiblemente hayan pasado cientos o miles de años) erramos por la tierra como sombras, y el espíritu que nos anima es tan nebuloso como el mundo que habitamos. Los que quedamos existimos como una entidad difusa y colectiva y, rara vez, una efímera conciencia nos permite percibimos como seres individuales, con una mente y un cuerpo separados de los otros.

En una de esas raras ocasiones levanté un objeto del suelo y creí estar a punto de recordar para qué servía ese objeto (era plano y circular, cubierto por una placa translúcida y con algo que se movía en su interior); sentí que, de recuperar eso, todas las cosas, como en una reacción en cadena, se reordenarían, y en una súbita revelación yo recuperaría la visión y el sentido del mundo anterior a la catástrofe. No sucedió, la breve sensación se desvaneció.

Añoramos la tierra como era antes pero nadie sabría decir cómo era antes. Nuestra memoria, como todo lo demás, es errática y confusa; tal vez si alguna impresión ha quedado grabada en nosotros sea la de aquella descomunal conmoción final. Todas las cosas de este mundo devastado también la recuerdan, porque están impregnadas de ella; porque aún siguen temblando, vibrando imperceptiblemente; basta con apoyar la cabeza contra un árbol o una roca para percibirlo: allí pervive todavía aquel estremecimiento, aquel temblor. Es como escuchar el rumor del mar en una caracola vacía, pero no es el rumor del mar lo que se escucha, sino el eco sordo y lejano de la cosa más aterradora que alguna vez haya sucedido.

 

Tootloop

En el año 2003 filmé una peliculita en 16 mm llamada Totloop. En sus cuatro minutos de duración se me puede ver haciéndome el muertito en diferentes lugares del centro de Buenos Aires. El film (realizado en colaboración con Unión Gaucha Productions) venía a ser como la coronación de muchos años de haberme hecho el muertito –de simular morirme– en algunos lugares, especialmente en las galerías y en las inauguraciones.

En septiembre de 2007 el film Totloop formó parte de una muestra colectiva en Nueva York. Un artículo del diario The New York Times escrito por Ken Johnson criticaba esa muestra y le destinaba unas líneas descalificadoras a la mayoría de las obras de los artistas que participaban en ella. El párrafo referido a Totloop decía: “but a grainy film by Fabio Kacero, in which he pretends to be dead in various public locations, would barely pass muster in an undergraduate performance art class”, que quiere decir algo así como: “pero un granuloso film de Fabio Kacero, en el que simula estar muerto en varios lugares públicos, ni siquiera hubiera pasado una clase elemental de performance”.

Después de un tiempo, pasada la bronca inicial por el texto de Ken Johnson, lo que hice fue ponerle música y cantarlo. Más tarde se me ocurrió superponer el texto cantado a las mismas imágenes (digitalizadas y un poco editadas) de Totloop.

 

Imágenes [en la edición impresa]. Fabio Kacero, But a Grainy Film (2008), video digital, 2:25 minutos; Totloop (2003), film 16 mm.

Fabio Kacero (Buenos Aires, 1961) cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es profesor de dibujo y pintura, egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Desde principios de los noventa exhibe su obra en galerías y museos nacionales e internacionales. Su última muestra, Flavio Kacer, se expuso en la galería Ruth Benzacar de Buenos Aires entre el 26 de mayo y el 2 de julio de 2010.

 

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