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Luiz Ruffato, Ellos eran muchos caballos, Eterna Cadencia, 2010, 160 págs.; Estuve en Lisboa y me acordé de ti, Eterna Cadencia, 2011, 96 págs.
En el transcurso de un año, la editorial Eterna Cadencia publicó dos novelas del brasileño Luiz Ruffato. Poquísimo sabíamos de este autor en la Argentina, aunque en Brasil es muy conocido desde hace varios años, especialmente a partir de la publicación de su primera novela, Ellos eran muchos caballos, que vio la luz en 2001 y que nosotros pudimos leer, en traducción de Mario Cámara, a fines de 2010. La segunda novela traducida y editada en la Argentina es Estuve en Lisboa y me acordé de ti, publicada en Brasil en 2009. Ambos relatos se inscriben en un proyecto literario de largo aliento que se ha propuesto contar la historia y las frustraciones de la clase trabajadora en Brasil. No es ajeno a este plan el origen social del mismo Ruffato: hijo de dos trabajadores semianalfabetos del pueblo de Cataguases, en Minas Gerais, construyó su biografía intelectual desde esa extranjería original del mundo letrado y, con el paso de los años, habiendo comenzado a leer de niño, casi por casualidad y siempre de libros tomados en préstamo de bibliotecas, optó por la literatura para preguntarse cómo desde ahí pensar la realidad de la que él mismo formó parte alguna vez. Y es que además, antes de escribir literatura, y antes de ejercer el periodismo, Ruffato aprendió el oficio de tornero y fue obrero textil. La expresión literaria de este trayecto personal se resolvió, a partir de 2005, en la escritura de la serie de novelas que Ruffato tituló “Inferno Provisório”, compuesta por cinco volúmenes que desarrollan un conjunto de historias entre la década de los cincuenta del siglo XX y el nuevo milenio, y que concluyó este año en Brasil con la aparición de la última entrega, Domingos sem Deus.
Mientras esperamos que esta serie se edite en el mundo hispanohablante, empecemos por lo último, al menos para nosotros. Estuve en Lisboa y me acordé de ti cuenta, en primera persona, la historia de Serginho, un asalariado de origen obrero que vive en el mismo pueblo de Minas en que nació Ruffato. El relato está dividido en dos partes, y la primera se abre con una anécdota aparentemente trivial: Serginho deja de consumir cigarrillos; los dos paquetes que fuma por día están a punto de regalarle un enfisema, y junta voluntad para abandonar ese accesorio que conoce desde la infancia, que es parte ya de su identidad. Es un momento de transformaciones aún más grandes para Serginho, porque los problemas familiares, las deudas, el desempleo y la falta de horizonte se le imponen, en un mundo, el suyo, tan desigual que en él sólo sobreviven con algo de certeza quienes cuentan con un patrimonio material o simbólico suficiente, y donde, en una especie de implacable darwinismo sentimental, hasta para la seducción conviene tener el mejor modelo de auto. Serginho quiere algo más y empieza a pensar en “el extranjero”; alguien tira al pasar un nombre hasta ahora alienígena, pero no tanto más que “San Pablo” o “Río de Janeiro”: “El camino es Portugal”. Y de pronto su deseo puede huir de la pura pérdida a la que está condenado para entonces intuir un horizonte posible: Europa es el lugar para hacer dinero, ahorrar, cuidando de no consumir lo obtenido, y volver hecho “un señor”. De pronto, a los ojos de su gente, este antihéroe anónimo se convierte en un corajudo, un audaz, un conquistador del Viejo Mundo. Soplan vientos a su favor, y Serginho parte en busca de “la civilización” y la “alta cultura”, pero en su deriva encontrará mucha más brutalidad que la que imaginaba. Mientras tanto, Lisboa es una Babel de variantes lingüísticas que se superponen en la novela, y el texto sugiere una soberanía del malentendido que circula entre portugueses, angoleños, caboverdianos, mozambiqueños, guineanos y aun brasileños que no se comprenden del todo entre sí. Las solidaridades compiten con las desconfianzas, pero la tensión subsiste hasta que estalla en un borde: Serginho se enamora y su plan de austeridades se derrumba, el deseo y el dinero sólo admiten coexistir en concubinato. La chica en cuestión, Sheila, ha recorrido una parábola similar a la de Serginho: destinada a trabajar en el campo, buscó suerte en la ciudad y encontró el módico paraíso al que una joven como ella puede aspirar: ser empleada de boutique en un shopping; un buen día, los “reclutadores” llegaron en busca de chicas para llevar a Europa, dinero fácil y buena vida. Sheila, sin embargo, debió conformarse con callejear por Lisboa en busca de clientes. Y ahora, el cándido Serginho es un buen partido: Sheila necesita un préstamo para cubrir un agujero muy oscuro, y ahí está su nuevo amigo. No tiene mucha plata, pero tiene un pasaporte, y ella conoce a un prestamista que aprecia ese tipo de mercancía.
Sin dudas, el protagonista de Estuve en Lisboa y me acordé de ti tiene mucho de la figura del pícaro, y su historia, mucho en común con la picaresca, o con su versión brasileña, la novela de malandro. Como el pícaro o el malandro, Serginho viene de cuna humilde, tiene un temperamento ingenuo, cándido, gracioso, y sale al mundo para aprender de la experiencia. Pero a diferencia del malandro, Serginho no apela a la astucia para sacar provecho de las situaciones. Sí conoce, en cambio, el desencanto y la desilusión, algo sobre lo que el malandro, siempre arrojado a una realidad que le juega en contra, puede dar cátedra. Sin embargo, como otros personajes de Ruffato, Serginho no se encuentra cómodo en el lugar del marginal, no suscribiría aquello de “sea marginal, sea un héroe”; la clandestinidad, el anonimato y la enajenación son para él, en todo caso, epifenómenos de la frustración, no oportunidades de redención. Por eso la novela concluye cerrando el círculo que abrió al inicio: el gesto de volver a fumar, aunque aparentemente insustancial, es parte de un destino de desclasado. Planificar el futuro es quimérico; cuando el futuro se descompone, solamente queda la anteúltima exhalación del consumidor que se va erosionando a sí mismo, el deseo permanece cristalizado tan sólo en un recuerdo del pasado, y para los Serginhos del mundo queda la lenta extinción de una vida subordinada.
Como en lo mejor de la tradición realista, hay en Ruffato una voluntad de comprender, de prestar oídos a la subjetividad de sus criaturas. Ocurre que este autor tiene espíritu realista, aunque no es precisamente un realista; el realismo de Ruffato es eso que sucede mientras su literatura está ocupada haciendo otras cosas. Hay, sin dudas, un deseo de realidad en su narrativa, y el propósito de pensar cómo representar la realidad, o, si se quiere, la sociedad, pero nada de “realismo social”, costumbrismo u otras variantes del género. Ahí está, para convencernos, ese formidable artefacto literario que es Ellos eran muchos caballos. En esta composición de múltiples historias, voces y puntos de vista que Ruffato definió como “novela colectiva”, se encuentra la experiencia formal que el autor imaginó para desarrollar el gran relato de la clase trabajadora brasileña, que luego continuó en el ciclo “Inferno Provisório” y que pensó muy alejado de cualquier proceder naturalista. Alejado, también, de ciertas tendencias de la ficción social brasileña contemporánea, como la “literatura de favela” que inaugura Ciudad de Dios, de Paulo Lins, y que se continúa en sus exitosos epígonos cinematográficos.
La primera novela de Ruffato es un amplio friso de San Pablo, una de las ciudades más violentas de Brasil, pero no hay en el relato una representación explícita de la violencia, aunque los efectos de la violencia, el crimen y la marginalidad están presentes en las vidas de los personajes y en los múltiples fragmentos de realidad que se disponen en secuencias narrativas. No hay lugar, en Ellos eran muchos caballos, para el lector voyeur, curioso por la extravagancia de sus “otros”. De hecho, Ruffato ha dicho que su intención original no era escribir una novela con formato de libro, sino construir una caja donde los capítulos estarían sueltos para que cada lector decidiera su propio recorrido, algo parecido, se nos ocurre, a una cruza entre los Objetos relacionales de Lygia Clark y los Bólides de Hélio Oiticica. Se trataría allí de registrar una proliferación cambiante de impresiones de lecturas y eso sería, en definitiva, lo que compondría la propia obra. Por lo pronto, Ruffato declara que aún está pensando en convertir la novela en una instalación, para montarla en un galpón como la puesta en acto de un episodio de memoria colectiva hecho de múltiples objetos. Entre tanto, su novela sigue haciendo sonar la sinfonía trunca de la ciudad; cada fragmento, una clave distinta del mismo coro: la pobreza y el inmigrante del interior, el deseo del imposible ascenso social, el proletariado urbano y los desempleados, la prostitución, los marginales, los Serginhos, las empleadas del shopping, la condición del hombre común, los antihéroes y el silencio, ese silencio de abandono que cubre hasta el bramido insoportable de los helicópteros. La historia continúa.
Lecturas. La serie “Inferno Provisório” está compuesta por cinco volúmenes: Mamma, son tanto felice (2005); O mundo inimigo (2005); Vista parcial da noite (2006); O livro das impossibilidades (2008) y Domingos sem deus (2011), todos publicados en Río de Janeiro por Record.
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