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Las fechas de nacimiento y muerte del poeta A. R. Ammons (1926-2001) evidencian de qué poesía norteamericana fue heredero y de cuál fue contemporáneo. Basura y otros poemas presenta dos maneras de leerlo, de acuerdo con sus dos maneras de trabajar: un extenso poema narrativo —el que da título al libro— y un sembradío de poemas breves.
La persecución de la gran obra, ese tic tan norteamericano, es en Ammons un desafío asumido, y una burla —hacia sí mismo— acaso no del todo convincente. Ammons es medido y no cae en lo desaforado como algunos de sus compatriotas y colegas más ambiciosos, ni en sus variantes —lo desproporcionado, lo descontrolado—, y “Basura” resulta una catarata —más apropiado sería hablar de rápidos— bien señalizada. Pero en un largo poema narrativo el poeta da por sentado que necesita —que merece— semejante espacio, y es una jactancia que por los excesos que se permite puede fatigar. Que un poeta decida operar en un sistema que no sea cerrado no quiere decir que le convenga estar abierto a lo que sea. A menudo, lo programático ahoga lo perceptivo, y Ammons —dos de sus términos favoritos eran “flujo” y “energía”— sabe a qué riesgos se somete: “yo a mis estudiantes de escritura les digo: valoren sus fallas / y defectos, atiendan a sus accidentes”. Como pasa con mucha excelente poesía, la de Ammons a veces le ruega al lector una paciencia que no está capacitado para generar.
La tarea de atravesar esta tierra baldía tiene, no obstante, sus recompensas. Sonámbulo, de pronto el lector encuentra el ritmo ideal. Lo que gobierna esta clase de proyecto es el ritmo, y a veces el mismo ritmo que soslaya la cuestión de la calidad (precisamente para seguir avanzando) es el que le facilita al lector el modo de acoplarse al poema. El desnivel es, a esa escala, una necesidad orgánica. (Samuel Johnson decía que no se podía hablar de edificios altos si al lado no hay edificios de alturas más bajas).
En la segunda parte de esta antología encontramos el mismo mapa —los mismos temas, sobre todo la naturaleza, los bienes perdidos y la identidad— ya subdividido, en un formato más asequible, más servicial. La poesía que toque la naturaleza se ha ido potenciando y prestigiando sola con el alejamiento progresivo de buena cantidad de lectores del mundo material y, podría decirse, real, pero la captura que este poeta realiza de la naturaleza es francamente asombrosa. Su “Ensayo sobre poética” condensa bien la delicadeza de su obstinación: “pero si digo que podrían escribirse libros acerca de un solo / árbol sólo quiero decir que la verdad es difícil”.
En la práctica de una especie de animismo mesurado, Ammons busca lo casi-exacto, si puede decirse así, nunca la precisión total, la precisión ilusoria. Estamos ante un universo de analogías y sustituciones. De mediadores, como su favorito el viento. Esa presunción —la de tratar con lo invisible— le calza a Ammons como un guante: “pero el viento se había ido y entonces se acabó el conocimiento”.
Tentado con desaparecer en la naturaleza o en las cosas, Ammons cultiva una poesía de orden exploratorio, que hace partícipe al lector del momento de la composición. (El poema está en tren de hacerse cada vez que un lector lo visita). De allí su debilidad por restos y sobras, por aquello que tiembla en el límite de lo salvado o lo desechado. Los poemas cortos —sueltos— de Ammons demuestran que la vocación mercachifle de la poesía contemporánea funciona mejor con lo regulado, lo equilibrado en tensión. Su trabajo más legible y potente asoma cuando no deja la impresión de ser una poesía más interesante para escribir que para leer. El poeta singularísimo que Ammons fue —es— puede estar seguro de lo que predijo en unas líneas remotas: “todavía mi fantasma / azul debe estar / cantando en esa altura nevada”.
A.R. Ammons, Basura y otros poemas, traducción de Daniel Aguirre y Marcelo Cohen, Lumen, 2013, 320 págs.
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