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Si las obras de August Strindberg están escritas a puñetazos, como decía Kafka, las de Hjalmar Söderberg parecen nacidas en puntas de pie, con el rumor de un hombre que llega hasta la casa de la mujer que lo ama y la espía por la ventana en lugar de entrar y besarla.
El juego serio se enmarca en un mundo, el de la Europa de fines del siglo XIX y principios del XX, donde las palabras que antes se sentían escritas con mayúscula han empezado a corroerse. Dios, Matrimonio, Moral, Padre, Rey ya no serán las torres para mirar el paisaje. Nietzsche ha hecho su trabajo. Dostoyevski y Strindberg, el suyo. Arvid, el posmoderno (si se permite el anacronismo) protagonista de la novela, le hace un regalo a su mujer: “¿Es un rubí?”, pregunta ella. “No”, dice él. “¿Es falso, entonces?”, pregunta ella. “No, es medio verdadero. Los químicos han encontrado la manera de fundir una gran cantidad de rubíes diminutos, tan diminutos que individualmente carecen casi de valor, hasta formar uno más grande. Se llama rubí ‘amalgamado’”, responde Arvid.
Las relaciones en El juego serio se entraman como ese rubí, son piedras preciosas y al mismo tiempo no lo son. El juego serio es, esencialmente, una novela de amor centrada en los encuentros y desencuentros de Arvid y Lydia, desde sus veinte años hasta que las vidas de los dos ya se han formado. Pero las grandes novelas de amor —el Werther, el Adolfo, Ana Karenina— pueden leerse, por lo menos, en dos niveles (aunque acaso todas las buenas novelas pueden leerse así). Lo que está por debajo inunda con su perfume toda la obra. El fin de la seguridad y la muerte de cualquier hogar, tierra embarrada donde los pies se hunden: ese es el perfume de Hjalmar Söderberg, y el del mundo en que vivió.
La sombra de Strindberg recorre la novela (Söderberg nació en 1869, tenía veinte años menos que el autor de La señorita Julia y había sido un asiduo lector de su obra). El narrador va haciéndole saber a Arvid, periodista y crítico de música, qué es de la vida del monumental, escéptico y místico Strindberg. Arvid lee Infierno apenas ha sido editado. Arvid se encuentra con Strindberg en las calles de Estocolmo, y ese sexagenario le parece un hombre juvenil y voraz. Arvid se entera de que Strindberg agoniza. Arvid odia a los poetas y bajo ningún concepto querría ser uno de ellos. “Un poeta soporta un mazazo capaz de matar a un hombre de pie”, dice con más aborrecimiento que admiración. ¿Será que Arvid cree que los poetas pueden sobrevivir a aquello que no le permite amar? ¿Será que Strindberg ha sabido hacer germinar aquella planta que todo devora, pero después se ha alejado lentamente y la mira crecer con una sonrisa?
Las palabras de Lydia, en la bella traducción de Neila García Salgado —“¡Quiero ir a casa, quiero regresar a mi verdadero hogar! Pero es que no sé dónde está”—, están muy cerca de las de Gertrud (protagonista de la obra teatral homónima de Söderberg, llevada magistralmente al cine por Carl Theodor Dreyer en 1964): “Me gustaría creer en algún dios para pedirle que te proteja”.
Hjalmar Söderberg, El juego serio, traducción de Neila García Salgado, Nórdica Libros, 2019, 272 págs.
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