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Mario Ortiz, poeta. Hace diez años trabaja en un gran proyecto, Cuadernos de lengua y literatura,con siete tomos publicados. A partir de ahora podemos decir que también escribe –y publica– teatro: Estomba. Entre esta pieza teatral y los Cuadernos hay un vínculo: el trabajo con representaciones y figuras de la tradición y la historia nacional para desvariarlas, tergiversarlas, pero también para llegar, por el rodeo de la ficción, a otras versiones que nos pueden interpelar profundamente. Para Ortiz la tradición no es algo que hay que repetir sino algo para jugar con sus posibilidades, hacer usos extraños de ella, hacerla actuar.
El impulso de Ortiz de dialogar con nuestros mitos fundacionales se encuentra con la misteriosa figura de Ramón Estomba (fundador de la Fortaleza Protectora Argentina, actual ciudad de Bahía Blanca,de donde es Ortiz), rodeada por otros tres personajes: Pepe, el enfermero, y el poeta Juan Cruz Varela. La breve historia del coronel Estomba parte de las luchas de independencia y pasa por las feroces batallas entre unitarios y federales, con Juan Lavalle en el poder. La obra lo encuentra en el Hospital General de Hombres en Buenos Aires, tomado por diversas voces de bárbaros y enemigos que lo obligan a permanecer en un estado de guerra –y de locura– permanente. El universo bélico de Estomba vive en lo que nombra, en su propio libreto: “bárbaros”, “embates”, “ataques sorpresa”, “necesidad de organizarnos”. Pone en juego el teatro: la guerra es “un acto de guerra”, donde se necesitan el vestuario y el poder de las palabras en la escena. En una suerte de pareja quijotesca, al “acto de guerra” responde Pepe, quien, como un actor –que de hecho es–, promete memorizar “el texto”, la Proclama de Estomba.
En la danza de Ortiz con las figuras de nuestra historia, Estomba podría ser un doble perdido de Lavalle, o su versión farsesca (en el prólogo: “demos comienzo a nuestra farsa”, y la obra comienza). Lavalle nace sólo siete años después que Estomba, son contemporáneos. Unitarios, internados en un hospital en Buenos Aires, donde, aparentemente, enloquecen: a Lavalle una herida le da una breve licencia en Buenos Aires; allí, líderes del partido unitario lo convencen de derrocar a Dorrego, a quien ordenará matar, preso de un delirio paranoico, como Estomba. Ambos locos, paranoicos, excesivos, extremos. Personajes desdoblados de un drama histórico.
¿La historia determina nuestro presente o es nuestro presente el que la determina? ¿Es posible escribir obras que no lleven las marcas de su presente? La historia, ¿basta con leerla o es necesario reescribirla, una y otra vez? En una suerte de epílogo, Ortiz se asombra de la curiosa coincidencia entre diciembre de 2001 y algunos rasgos de su obra, escrita pocos meses antes. ¿Es que nuestra historia se repite, reinicia su ciclo interminablemente, como dice Estomba? La poesía, el teatro señalan esa repetición y nos adelantan constantemente a nuestro tiempo.
Louis Zukofsky veía al poeta como alguien a través del cual la historia acontece. Ortiz recuerda a Ezra Pound: el poeta capta las ondas de su tiempo. Entre la historia y el propio tiempo hay una implicación, en tanto conocemos la historia percibimos a la vez nuestra propia contingencia histórica. Estomba nos es contemporánea, interpela nuestro tiempo, dialoga con la historia a través de juegos de espejos que deforman, engordan o enflaquecen las imágenes reflejadas (Estomba y Lavalle; Varela y Ortiz, ambos escritores de poesía y teatro), donde si bien la realidad supera a la ficción, a la fantasía, no podemos negar que por la ficción nos acercamos a la realidad. Por eso, como dice Ortiz en el Tratado de fitolingüística: “De lo que no puede hablarse es preferible hablar”.
Mario Ortiz, Estomba, Libretto, 2013, 54 págs.
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