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Las inclemencias climáticas del desierto arrasan a los viajeros imponiendo las condiciones y estableciendo el código desde la primera escena. Una mujer y su niño a cuestas son arrastrados por el viento salvaje del desierto. Ella intenta avanzar en su peregrinación incierta, motivada por la fe y la esperanza en vanas promesas, hechas por su marido ausente, de un futuro favorable y de un nombre para su hijo ―en definitiva, de una vida mejor―, que irán desdibujándose con el paso del tiempo y a su vez dejarán su lugar al mito. El nombre del niño nunca lo sabremos, el de la Difunta Correa seguirá siendo perpetuado por sus devotos como una figura mítica, santa pagana, mujer mártir o, acaso, paradigma maternal de una nación.
Hay, en La madre del desierto, una intensa búsqueda de algunos mitos nacionales, y Nacho Bartolone acierta en varios aspectos, elaborando un lenguaje acorde. Un lenguaje atravesado por la tradición gauchesca, por un lunfardo campero y también, ¿por qué no?, por el origen de la poesía popular argentina. Posiblemente este sea el aspecto más ambicioso del gran trabajo realizado, una suerte de barroquismo criollo que de algún modo contrasta con la austeridad de los recursos escenográficos. Apenas un telón de fondo, un atrezzo que podríamos enumerar con los dedos de una mano, los juegos con la iluminación y las visuales proyectadas sobre el cielo del desierto son suficientes para crear el clima e ir variando los estados de la pieza teatral con gran fluidez.
La música incidental, de la mano de Franco Calluso y Victoria Barca, amerita un párrafo aparte. Logra que verdaderamente funcione de manera muy compacta y homogénea, hasta el punto de resaltar determinados momentos del texto, marcando el tempo de la cadencia poética. Así es como el bombo legüero funciona casi como el pulso de la obra, colaborando con los aspectos rítmicos del texto, potenciando los momentos de introspección, combinando los matices necesarios para pasar del caos en el momento de la tempestad desértica a los pasajes más oníricos y alucinados del Bebo, que se descubre solo en el universo.
Con grandes interpretaciones tanto de Santiago Gobernori como de Alejandra Flechner, incluidos los pasajes musicales, La madre del desierto es teatro nacional y popular. No le escapa a la realidad política actual con humor e ironía, ni a la revisión histórica, y es precisamente por esto que funciona como una bocanada de aire fresco en la escena del teatro actual.
La madre del desierto, de Ignacio Bartolone, dirección de Ignacio Bartolone, Teatro Nacional Argentino – Teatro Cervantes, Buenos Aires.
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