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Tres vidas

Gertrude Stein

OTRAS LITERATURAS

Si se consagrara al nombre “Gertrude Stein” la fe nominalista que ordena la poética de la propia Gertrude Stein, es decir, el fundamento y el mantra (que despliega a partir de la rosa shakesperiana: A rose is a rose is a rose) de que el solo nombre de la cosa basta para invocar en el lector el imaginario completo de la cosa (o como llegaría a golpearse el pecho la misma Stein ante Mina Loy, la amada inmortal de Arthur Cravan:Creo que en esa línea la rosa es roja por primera vez en la poesía inglesa en cien años”), acaso la repetición de ese solo nombre, Gertrude Stein, Gertrude Stein, Gertrude Stein, bastaría para decir “modernismo”, “vanguardias” o “lost generation” por primera vez en cien años. Para obrar, en suma, el cansado imaginario de la americana en París sobre cuyos tapetes, entre ceniceros y bourbon —y bajo la estricta vigilancia de sus SS: Picasso y Matisse— bailan la danza de la música del tiempo los heraldos de lo nuevo.

Si de tales ruinas (mundanas, anecdóticas) corresponde, además, reconstruir en Stein un destino literario, es probable que este se consuma en una paradoja o en una evanescencia: la prefiguración. No le cabe el insight de la injusticia ni la conspiración —del accidente o el falo de la posteridad— a una mujer que tuvo en sus manos el poder de administrarlas. A quien supo (y tuvo con qué: muchísimo dinero y muchísima inteligencia) historiar el futuro. Stein no es Woolf, no es Joyce, no es Eliot, no es Marianne Moore. Tampoco es Sherwood Anderson. La inteligencia no es la condición suprema del don. Pero sí todos ellos (tantos otros, Beckett, Brecht) son, cuando menos, respuestas a algunas cuantas preguntas que la literatura de Stein le formula a la literatura del siglo XX rápidamente. Preguntas que se manifiestan muy temprano en estas Tres vidas, su primer libro, escrito a caballo entre 1905 y 1906, en París, tan temprano, de hecho, que inspirándose en un retrato de Cézanne para reescribir a Flaubert, la novela (un tríptico de la observancia) debió esperar el perfilamiento definitivo del cubismo para poder suscribir un modelo ad hoc y darse a prensas recién en 1909.

Como una diáspora de la Felicité de Un corazón sencillo, Stein narra la vida y la muerte de tres criadas de Bridgepoint, una transfiguración de Baltimore, acaso, que podría traducirse steinianamente como “punto y puente” —sin olvidar que Flaubert ambientó la pobre vida de su Felicité en Pont-l’Évêque—. Los nombres propios, para Stein, son mónadas. Y los adjetivos marcas de nacimiento. “La buena Anna”, “Melancta”, “La dulce Lena” componen el trino. La recursividad (es decir, la repetición: de oraciones, de nombres, de sintagmas), la esticomitia (es decir, la correspondencia acabada entre una oración simple y un sentido), la monodia (la voz monocorde que narra o se bifurca en diálogos sin variar el registro) componen, ciñen, por momentos estrangulan el estilo. Componen el arrullo y la textura de un rezo; por momentos de una rumiación psicótica.

Casi diez años antes de que Apollinaire dibuje en las trincheras el tema del poema mediante la disposición de las palabras en la página, Gertrude Stein, yendo más allá del meme del caligrama, saltaba de antemano el foso figurativo que las separa para fluir de la pintura a la literatura entendiendo el estilo como una invocación del tema, su imagen latente: como el rojo del solo nombre de la rosa. La forma, la literaria también —y tal como la exploraban ipso facto sus pintores amadrinados— no ya como soporte del sentido, sino como su rudimento. La aceptación de la bidimensionalidad del lienzo en detrimento de la ilusión de perspectiva (de la martingala realista, que todavía resiste al postimpresionismo); la ausencia de profundidad, de detalles, de colores vivos en favor del monocromatismo, todo aquello que definirá al cubismo y sentará la base ética de las primeras vanguardias, define Tres vidas. ¿Cómo narrar una vida aplastada, alienada, impuesta, invisible, sin sofisticarla? Stein elige componer tres cuentos de hadas que giran en loop en su primer acto hasta extinguirse. Y a su tema, muy probablemente, acudiera a buscarlo en Flaubert a la zaga del imperativo estilístico (como un cubista acude a un bodegón). Poseída, Gertrie, por una rigidez programática que afecta, todavía —percances de su ubicuidad y su intrepidez— la autonomía y la vitalidad de su materia. Como si la búsqueda de interfases entre la pintura y el lenguaje la hubiera emprendido abroquelándose sobre la primera, o reculando a mitad del río.

Es cierto, hoy, la reedición (y una nueva traducción) de Tres vidas parece un dandismo. Pero ahí están los malentendidos para darle alguna oportunidad de mercado, y de paso, con algo de suerte, deslizar entre las ficciones de nuestro siglo algunas viejas preguntas que hoy, con tanta agua corrida bajo Bridgepoint, acarrean todavía el fantasma de algunas viejas respuestas. Mas difícilmente haya otras (no suele haberlas) mientras nadie interrogue a su tiempo sin miedo a perderlo, como la primera Stein: sin homilía, experimentando.

 

Gertrude Stein, Tres vidas, traducción de Gabriela Raya, Palmeras Salvajes, 2025, 260 págs.

12 Jun, 2025
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