Transformar el dolor en aventura

A Óscar Catacora, in memoriam
El 26 de noviembre de 2021, a los treinta y cuatro años, el cineasta peruano Óscar Catacora falleció de apendicitis en las alturas de la provincia de El Collao (Ilave, Perú), mientras rodaba Yana-Wara. Catacora —director de Wiñaypacha (2017), la primera película peruana hablada íntegramente en aimara— murió con apenas cinco escenas filmadas. Su tío y colaborador, Tito Catacora, se encargó de completar la película. Yana-Wara se convirtió así en testamento póstumo de una voz cinematográfica truncada por falta de infraestructura médica rural. El mismo vacío estatal que denunciaba en su cine fue también el cómplice de su temprana muerte.
Yana-Wara sigue a Don Evaristo (Cecilio Quispe), un anciano aimara juzgado por su comunidad tras asesinar a su nieta de trece años, y está estructurada en tres actos —captura de Evaristo e inicio del juicio; flashback testimonial en el que Evaristo cuenta las razones del asesinato y resolución comunal—. El testimonio del abuelo revela las tragedias que marcaron la vida de Yana-Wara (Luz Diana Mamani): la temprana orfandad, la violación sexual por parte del profesor y, finalmente, una posesión demoníaca que la comunidad interpreta como obra del Anchanchu, espíritu maligno andino. A través de este largo flashback, la película explora las fuerzas —tanto humanas como sobrenaturales— que condenan a una niña aimara en una comunidad donde el Estado está ausente y las estructuras tradicionales fallan en protegerla.
Esta relación entre violencia sexual y locura atraviesa la historia andina. Desde Ynguill, la princesa inca que enloqueció al ser entregada a conquistadores españoles, se establece un patrón que se replica siglos después, por ejemplo, cuando ante la Comisión de la Verdad y Reconciliación, Giorgina Gamboa da testimonio de la violación colectiva de la que fue víctima durante el Conflicto Armado en el Perú. Yana-Wara continúa esta genealogía traumática. En su caso, la violación desencadena una posesión que la comunidad no logra exorcizar. La locura emerge así en la mujer andina no como patología, sino como respuesta a una violencia extrema que fractura la identidad.
Sin embargo, tal vez lo más interesante del film sean las dos formas de cuidado que se despliegan. En El cuerpo anudado. Objetificación y uso político de los cuerpos en los Andes (2025), Fernando Rivera propone la categoría de cuidado como respuesta a la objetificación de cuerpos andinos. Para Rivera, el cuidado es la capacidad de proteger la propia existencia cuando alguien intenta convertirla en objeto para su uso. Se activa como defensa ante la amenaza de ser reducido a un instrumento de otro(s) y su función es preservar la existencia individual frente a los que buscan anularla. Rivera identifica dos formas fundamentales de cuidado: cuidado como prevención y protección del sujeto frente a la posibilidad de ser usado como objeto, y cuidado como preservación de la capacidad de contar la propia historia, esto es, de mantener la narrabilidad de la propia vida como única y singular. Ambas formas sugieren que el cuidado opera como resistencia inmediata contra la violencia y como construcción memorial de sentido.
Ambas formas de cuidado se presentan en la película. La primera viene de la propia Yana-Wara. Tras un nuevo intento de violación, la niña asesina a su profesor y luego sonríe. Este acto inscribe la cinta dentro de las narrativas de violación y venganza (rape-revenge en inglés), en la línea de Lady Snowblood (Toshiya Fujita, 1973), Ms .45 (Abel Ferrara, 1981), o más recientemente Revenge (Coralie Fargeat, 2017). Esta forma radical de cuidado es sin embargo interpretada por la comunidad como un signo más de locura. La segunda forma la ejerce Don Evaristo durante el juicio. Al narrar meticulosamente la vida de su nieta ante los jueces comunales, preserva su memoria como historia única, haciendo que Yana-Wara permanezca narrable en su singularidad. Evaristo se convierte así en el único capaz de contar su vida, de reconstruir sus pasos y dar sentido a una existencia fragmentada. Ambos gestos —el asesinato y el testimonio — constituyen formas extremas de cuidado que buscan preservar a Yana-Wara. Estas formas extremas emergen cuando el Estado, lejos de proteger, perpetúa la violencia a través de sus propias instituciones (la escuela).
Los guiones de Óscar Catacora pueden leerse como tragedias, si entendemos la tragedia como una desgracia de causas imprevisibles y desenlaces irreversibles. El formato 4:3 y la fotografía en blanco y negro comprimen e intensifican la experiencia visual, creando una atmósfera claustrofóbica. Tanto Wiñaypacha como Yana-Wara, filmadas íntegramente en aimara con actores no profesionales, presentan personajes con destinos que no pueden eludir. Esta mirada trágica refleja la condición histórica de las comunidades aimaras, inmersas en ciclos de exclusión y violencia que parecen no tener salida. La muerte prematura de Catacora, víctima del mismo abandono que retrató, otorga a su cine una dimensión profética.
Yana-Wara (Perú, 2023), guion de Óscar Catacora, dirección de Óscar Catacora y Tito Catacora, 104 minutos.
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