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Los Roses

Jay Roach

CINE y TV

La recientemente estrenada Los Roses (2025), dirigida por el británico Jay Roach con guion de Tony McNamara, es menos un remake que una reimaginación de La guerra de los Roses (Danny DeVito, 1989), aquella comedia negra basada en la novela homónima de Warren Adler (1981). La diferencia es sutil pero decisiva: mientras la versión de los ochenta exploraba el divorcio como campo de batalla doméstico, Los Roses de Roach —director, entre otras cosas, de las sagas de Austin Powers y de La familia de mi novia— navega en la formación del matrimonio heterosexual y las estrategias de supervivencia que se ponen a prueba en pleno epicentro simbólico del capitalismo contemporáneo. Del título original conserva el signo de las dos rosas, y la resonancia histórica persiste: la Guerra de las Dos Rosas (1455-1487) enfrentó a York y Lancaster hasta que la unión de Enrique VII Tudor e Isabel de York amalgamó en un mismo emblema la rosa blanca y la roja. 

Quienes se encuentran ahora son Ivy —chef subempleada encarnada por Olivia Colman— y Theo —arquitecto ambicioso en la piel de Benedict Cumberbatch—, no como adversarios, sino como individuos insatisfechos pero deseosos. El imaginario de un futuro de abundancia se despliega allí, en la trastienda del circuito comercial gastronómico de alta categoría londinense: planean viajar a Estados Unidos para empezar de cero. Sellan el sueño (y el pacto) con sexo a escondidas: la unión les asegura la realización de sus deseos; un impulso vital que recuerda cómo la alianza de York y Lancaster sentó al fin las bases para la prosperidad y unificación de Inglaterra. Progreso, capitalismo y matrimonio son los elementos de un trinomio presentado al inicio como indestructible y que, poco a poco, como cualquier otro “sueño americano”, se deforma espectacularmente hasta mostrar su verdadera precariedad.

La pareja emigra a California, donde Theo se consolida como arquitecto exitoso, mientras que Ivy pasa diez años dedicada a criar a los dos hijos de la pareja y a cocinar para ellos, ocupándose de la vida doméstica que sostiene a la familia. Aunque Ivy no parece vivir esa situación desde el resentimiento, Theo le obsequia un local para que desarrolle un modesto emprendimiento gastronómico de cangrejos. Con ese regalo, expía todo el peso del patriarcado que ha caído sobre los hombros de su esposa. La generosidad se mezcla con la culpa y la admiración con la desigualdad, pero sólo cuando un evento meteorológico precipita el fracaso de Theo y, al mismo tiempo, impulsa el éxito de Ivy, la trama se tensa satíricamente hasta el punto de no retorno. Ayudados por un grupo de parejas amigas, hipócritamente progresistas (destaca en este sentido la increíble actuación de Kate McKinnon interpretando a Amy, mujer en una pareja abierta, traumada por el correr natural del tiempo que quiere detener buscando fornicar a toda costa con los protagonistas), Ivy y Theo sostienen un vínculo lleno de espinas. Ella, odiada por el secuestro simbólico que Theo ha hecho de sus hijos sobrehumanamente disciplinados. Él, ofendido por la falta de valoración que Ivy y el mundo le muestran respecto a su desempeño doméstico. 

En ese proceso de desgaste matrimonial, la deformación paulatina del “sueño americano” progresista, blanco y heterosexual provoca carcajadas en quienes se atreven a mirarse en el espejo tragicómico que la película propone. El humor irónico y sarcástico de estilo inglés, encarnado por Colman y Cumberbatch, se manifiesta tanto en la agudeza verbal como en la sutileza de sus gestos. La comedia que despliega la actuación de McKinnon es menos sofisticada y más corporal —pero no por ello menos certera—, concentrada en cierta incontinencia libidinal. Este contraste permite que la película oscile entre la precisión irónica del humor inglés y la irreverencia desbordada de la comedia estadounidense.

Como último salvavidas de la pareja, surge la construcción de una mansión familiar que busca colocar a Theo nuevamente en carrera y, al mismo tiempo, mantener intacto el pacto iniciático sobre el que, solapadamente, el matrimonio se fundó: consumo y estatus. Pero el pacto encierra su propia trampa: la arquitectura de la destrucción. La mansión no los contiene, sino que los detona a guerrear. El impulso tanático se presenta desbocado y las rosas, negadas a separarse, mueren atrapadas en una lógica obsoleta que replica la crueldad de un mundo obsesionado con la perpetuación del capital. 

Aferrados a sus privilegios de clase, la sátira muestra que lo único que Ivy y Theo consiguen preservar es su propia autodestrucción, en un desfile de absurdos que invita al espectador a reconocer el patrón fatal y a reír ante la crueldad cómica de su autocomplacencia.

Los Roses (Reino Unido/Estados Unidos, 2025), guion de Tony McNamara, dirección de Jay Roach, 105 minutos.

18 Sep, 2025
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