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Imagina secuestrar a tu torturador, meterlo en una caja de herramientas en la parte trasera de tu furgoneta y conducir por Teherán intentando decidir qué hacer con él. Imagina que el secuestro se complica y terminas pagando el parto de su hijo, comprando pastelitos para celebrar y hasta dándole una propina a la enfermera que atendió a su esposa. Todo mientras el cuerpo sigue sedado en tu furgoneta. Así es Un simple accidente, la última cinta del director iraní Jafar Panahi. Humor negro y cuestionamiento ético, su registro habitual.
El presunto torturador se llama Eghbal (Ebrahim Azizi) y tiene una prótesis ortopédica en la pierna izquierda que hace un chirrido inconfundible al caminar. Vahid (Vahid Mobasseri), mecánico de un garaje en las afueras de Teherán, reconoce el sonido cuando Eghbal llega una noche con el auto averiado. Decide entonces secuestrarlo. Pero hay un problema. Vahid estuvo vendado durante la tortura y no está por tanto seguro de que tiene al hombre correcto. Por eso, va en busca de otros/as que también cargan cicatrices del mismo hombre. Pronto vemos que cada personaje tiene una respuesta distinta a la pregunta obvia: ¿qué hacemos con Eghbal? Panahi explora estas respuestas, irreconciliables e imposibles de sintetizar. En Un simple accidente resuena así la misma pregunta ética que Judith Butler formula en Vida precaria: ¿qué harás cuando tengas la oportunidad de devolver la violencia sufrida? ¿En qué te convertirá tu respuesta? La responsabilidad ética, dice Butler, implica rechazar la venganza y examinar cómo se formó un mundo así para reconstruirlo en dirección de la no violencia. Pero esto no significa vivir en un estado de paz perpetua. La no violencia es la lucha del sujeto empantanado en violencia, herido y rabioso.
Tal vez lo más radical del film no sean las respuestas de los personajes sino la inversión misma del control de la violencia. En su cine previo, esta siempre estuvo en manos del régimen iraní y las reglas del islamismo radical, y sus personajes intentaban vivir a pesar de ello alguna forma de libertad. Aquí, sin embargo, son las víctimas quienes controlan por primera vez la violencia. Por tanto, son ellas las que deben decidir qué hacer, cómo responder. “Esta es la pregunta que todos se hacen después de una crisis”, ha dicho Panahi, sugiriendo que su película está hecha para la futura república post-islámica. En ese sentido, Un simple accidente imagina ese futuro posterior al régimen, preguntándose qué forma de responsabilidad ética asumir.
La urgencia de esta pregunta no es abstracta para Panahi. Para cuando Un simple accidente ganó la Palma de Oro en Cannes en mayo de 2025, el iraní llevaba quince años haciendo cine clandestino. Recordemos que en 2010 lo sentenciaron a veinte años sin filmar. “Una cámara es más devastadora que cualquier bomba”, le dijeron en esa ocasión durante el interrogatorio. Desde entonces, hizo cinco largometrajes —This Is Not a Film (2011), Closed Curtain (2013), Taxi (2015), 3 Faces (2018), No Bears (2022)—, todos autorreferenciales y con él como protagonista, único recurso disponible si se vive bajo vigilancia constante. En Un simple accidente rompe ese patrón y sale del encuadre para volver a mirar el mundo sin su intermediación. Sabemos que filmó con un equipo mínimo y que las locaciones se mantuvieron secretas, inclusive para los actores. Primero rodó en las afueras de Teherán —el desierto, las rutas, los espacios despoblados— y gradualmente fue entrando a la ciudad. No tenía dudas de que apenas lo hiciera el régimen vendría por lo filmado. Dos días antes de terminar el rodaje, quince agentes irrumpieron en el set y confiscaron la cámara, pero el material ya estaba escondido. Algunos miembros del equipo fueron arrestados, interrogados y se les prohibió continuar su trabajo. “Cancelé la película por un mes”, cuenta Panahi, “y luego filmé solo las escenas absolutamente necesarias para terminar”. Después envió el material a Francia, donde fue finalmente editado. El resultado: una película “indistribuible”.
Ya en Taxi se había burlado de esta noción explícitamente. En una escena agridulce, su sobrina lee las reglas que su maestra le dictó para hacer una película “distribuible” en Irán: respetar el hijab, evitar la discusión política, el realismo sórdido y la violencia. Sin duda, Panahi hizo mal su tarea. Por eso, en diciembre de este año, el régimen lo condenó “en ausencia” a un año de prisión y dos años de prohibición de salida del país. La sentencia llegó horas antes de que ganara tres premios Gotham en Nueva York. Días después, anunció que tras la temporada de premios volverá a Teherán. De hacerlo, sería su tercer arresto y probablemente su prisión más larga. Como el chirrido de la prótesis, las condenas lo persiguen. Por ahora, Panahi sigue libre. Tal vez pensando su próxima cinta indistribuible y, de paso, comprando pastelitos por Manhattan para llevar de regalo a sus futuros eghbales.
Un simple accidente (Irán/Francia/Luxemburgo, 2025), guion y dirección de Jafar Panahi, 103 minutos.
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