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Los tesoros están por todos lados. Sólo hay que encontrarlos; pero cuando no hay búsqueda que preceda el hallazgo, el valor es un efecto diferido. La primera novela de Edgardo Cozarinsky, El rufián moldavo (2004), comienza con una frase (“Los cuentos no se inventan, se heredan”) que parece haberse convertido en el sustrato de una poética de la herencia. En ausencia de guerra narra el descubrimiento involuntario de un escritor —el narrador— que, recién llegado a París tras varios años de ausencia, encuentra por casualidad la carta de una amiga poeta, escrita más de treinta años atrás, en la que la mujer —que alguna vez fue conocida— pide a un funcionario francés que interceda por sus hijos, en ese tiempo miembros de grupos guerrilleros. Pero el tesoro casual, de valor evocativo, es el anuncio de otro, dirigido misteriosamente a él por la misma persona: la llave de una caja de seguridad en un banco suizo. Allí el valor no es monetario sino probatorio: la pista de una trama ominosa que se remonta a la Argentina de los años setenta y a los dobleces de algunos jerarcas de la guerrilla, pescadores en el río revuelto de la desaparición y la tortura. “La mera ubicación del tesoro no basta. Queremos saber el sentido de lo que sale a la luz, preguntarnos cuándo y cómo y por qué”, dice el texto que encabeza la novela. Las pistas conducen a una revisión de la historia, desde un presente desencantado. Un presente en el que venganza, negocios turbios, ex guerrilleros, escritores, exiliados y albaceas interactúan civilizadamente, mientras el odio engendrado en viejas traiciones exige un ajuste de cuentas; así el protagonista se ve enfrentado a las resonancias concretas de aquel pasado cuya onda expansiva no ha cesado aún.
Cozarinsky escamotea el ritmo de intriga internacional que se perfila y elige, en cambio, el del caminante que recorre un laberinto. El narrador, amenazado siempre por la “causalidad de la casualidad”, ata cabos tan remotos como coincidentes, que dejan al descubierto los más miserables actos realizados en nombre de ideales redentores. “La luz de las estrellas muertas sigue llegando a este planeta mucho después de que se han apagado”. La literatura es el punto de partida y de llegada, porque toda experiencia es material de escritura. En ese estilo reconocible en el que la narración toma partido por la inmediatez de matices autobiográficos y oscila entre el ensayo literario y la evocación; en el que el tiempo avanza lentamente y la geografía de la novela se despliega entre Buenos Aires, Tánger, París y Suiza, Cozarinsky construye un relato complejo, de resonancias prolongadas; una novela amarga sobre las ruindades del pasado y su perpetuación. Y sobre la guerra, que nunca está en verdad ausente, sino sólo asordinada. El bajo continuo de la historia.
Edgardo Cozarinsky, En ausencia de guerra, Tusquets, 2014, 208 págs.
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