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Estrellas y Trotyl

Blanca Lema

LITERATURA ARGENTINA

Una voz lírica mantiene una suerte de correlato entre los pensamientos y las emociones en los versos de Blanca Lema. La sensibilidad es un territorio muy privado, en este caso lleno de preguntas que buscan armar una biografía: “Hay pensamientos que llegan / y uno no sabe qué hacer con ellos. / Dónde dejarlos / cómo apoyarlos. / Parecen una rosa / sosteniéndose con esfuerzo / dentro de una espiral / que ya no crece. / Si tan sólo yo supiera / salmodiar la belleza / de su doble temblor”. La experiencia no es un relato lineal ni una secuencia de situaciones que definen una narración personal ordenadas cronológicamente, aunque más valdría imaginar un espiral en el que regresan nuestras faltas, como agujeros de la memoria, de manera repetida y aleatoria.

Si hay lirismo en este libro es porque quizá exista la necesidad de reafirmarnos en el mundo, de reconocernos en nuestra intimidad, y sólo podemos hacerlo si miramos nuestra historia desde el presente hacia el pasado con cierto afecto: “Entro en contacto con una humanidad / que teme el cero. / Me impongo una tarea: / habito el cuerpo que está justo por morir. / Construyo el agujero. / Soy el ave que vuela hacia atrás, / buscando la luz interior del huevo”. Ese doble, y tal vez noble, movimiento de revivir lo que ya sucedió a partir del ahora conlleva una actitud de escucha y de espera, como quien se toma el trabajo de cuidar un fuego diminuto hasta que cobre mayor resplandor.

La voz en la experiencia poética se materializa en un cuerpo y habla desde una lengua compuesta por imágenes: “Ver el sufrimiento de las rosas en cada ensayo / Dejan de respirar pero no mueren. / Quedan en el jardín como una gran masa centifolia. / ¿De qué materia están hechas su voces? / ¿Por qué tener un cuerpo? / ¿Por qué uno, y no muchos, o ninguno? / Este silencio. Este pez. / Pidiendo ayuda”. La diversidad de voces encuentra un espejo en una diversidad de experiencias que se articulan bajo un mismo nombre, en una verdad y sonoridad personal. Se puede ser pez así como se puede ser paloma: “A veces el agua, / de todos modos el tiempo. / Un poco de tierra. / En realidad mucha. / Despiertas debajo de todo esto / y te cuesta pujar. / Un muerto arriba tuyo. / Luego dos. Más tarde tres. / Los muertos no te dan tiempo. / Siempre son más / que lo que logras avanzar. / Es así. Es tu oficio. / Más adelante te espera un pastel / lleno de velitas. / ¡Invítame a la fiesta! / Quiero ir vestida de paloma”. Y quién dice que esa especie de transmutación —en y desde la poesía— nace del deseo de ser escuchados, de ser vistos, de ser recordados en nuestra singularidad más allá de la pérdida y la ausencia.

En esta contradicción entre ser una misma y ser a la vez otra está la pregunta que retorna acerca de quiénes somos: “Detrás del ropero. / A un centímetro, o a un kilómetro. / Detrás o delante de cualquier cosa… / Una mujer se levanta de noche / para ponerse perfume. / Ella es mi desafío matemático. / ¿Dónde estaré yo en ese momento?”. En la depuración de la voz poética encontramos nuestra forma más humana buscando abrirse paso a nuevas formas de sentir, nuevos modos de estar en el mundo y del decir. En fin, un hilo sentimental recorre y sujeta los poemas de Estrellas y Trotyl: “Te amaré mil años. / Pero en la luz, / sólo en la luz… / ¿Recuerdas?” A la vez que verbal, la escritura es una acción corporal y trama contacto con el mundo no desde un lugar distante de la vida, sino más bien desde el corazón mismo de la materia, con una intensidad que por momentos desborda.

 

Blanca Lema, Estrellas y Trotyl, Mansalva, 2017, 136 págs.

23 Nov, 2017
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