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En Rosa Chancho, el carácter de grupo no es una condición sino una consigna de trabajo. Toda su obra está atravesada por la noción de ser más de uno, no solamente en el grupo sino en el mundo. Como una naturaleza de permanente curiosidad por cómo piensa y acciona el otro, por esa diferencia larga/corta/compleja/esperable/ accesible o huidiza que separa y define a los individuos entre sí. Ser grupo es negociar. La obra que vemos es producto de la discusión, de los puntos de entendimiento y discrepancia: Rosa Chancho expone estas premisas, no tratan de hacernos creer que la obra terminada es una construcción donde lo individual se acalla milagrosamente.
En Desencanto, como en muchas de sus obras, convocaron a otros para completar su trabajo; como si no les bastara ser cuatro, quieren fiestas más numerosas. Llamados a hacer algo en un teatro, deciden trabajar con actores (no uno ni dos, sino treinta y ocho) y comienzan su performance con una obra teatral sobre las tablas de la sala. Rosa Chancho prueba hacer teatro en un teatro y lo hace a su manera, pero sin rehuirle al problema de la actuación, de la repetición, de la representación que ya han probado antes. De lo que se tratará en la obra es de la noción de diferencia, de parte, de la exposición de las múltiples/infinitas versiones de lo que todos en la sala han visto por igual.
A lo que asiste el espectador no bien entra es al final de una obra, a sus últimos minutos, donde –se supone– los personajes, conflictos y alianzas ya fueron desarrollados en nuestra ausencia. El espectador arribará a una conclusión sobre la obra que no vio a partir de la deconstrucción realizada por los distintos grupos de actores que, como espectadores ficticios que tuvieron la suerte de verla entera, hacen una lectura de esta regidos por distintas corrientes sociales, estéticas, intelectuales y políticas. A diferencia de Las multitudes (2012) de Federico León –donde la masa piensa y actúa igual que el líder–, Desencanto es una multitud en miniatura que devela la imposibilidad de convergencia, la prueba de que cincuenta personas en una sala son miles de visiones sobre una misma cosa: la condición fatídica de fragmentación que significa ser grupo. Y también, la maravilla.
Estamos en un mundo que comenzó mucho antes que nosotros y desde esa imposibilidad de ubicuidad y eternidad entendemos las cosas. Podemos leer, escuchar, pero siempre serán versiones de lo que no vimos, de lo que no oímos. Desencanto quiebra el concepto de verdad, de unicidad, de lectura imperante. Rosa Chancho es un anfitrión múltiple, ahí de nuevo la coherencia de poner el cuerpo para lidiar con otros; en esta obra, ellos dirigen a unos directores que a su vez dirigen a los actores de cada grupo. Rosa Chancho decide trabajar incluso con personas que no le son afines a priori, en un intento real por entablar diálogo con los otros. Por eso, casi todas sus obras tienen algo de fiesta, de manifestación, de bullicio. Y también algo de ritual. Voces y cuerpos convergen y hacen algo juntos. Aun a riesgo de fallar, de sucumbir al caos.
Desencanto, dramaturgia y dirección de Rosa Chancho, ciclo Proyecto Manual, coordinación de Matías Umpierrez, Centro Cultural Ricardo Rojas, Buenos Aires.
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