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Reflejar de algún modo la obra de Federico Klemm es una tarea compleja. En parte, porque la personalidad del personaje aludido es tan caleidoscópica y tan fechada históricamente que cualquier alusión puede ser anacrónica o trivial.
Sacar a esa figura de su cristalización es la tarea a la que se entregó Jimena Ferreiro en Dórico, jónico, corintio. El título de la muestra ya pone al visitante en alerta. Se trata de atravesar el hilo delgado de una obra que, más allá de haber sido tragada por el personaje, tiene los rasgos más densos de la historia del arte: una mirada comprometida con lo sublime, la idealización de sus formas y sus etiquetas, una necesidad urgente de ubicarse cerca de lo “expresivo” del cuerpo y, finalmente, el uso político del arte como coartada para mostrar las distancias morales que nos separan. Todas las categorías del arte del siglo XX son necesarias para pensar la obra de Klemm y esta muestra que busca la sintonía con su obra y el salto imposible hacia un momento concreto de la historia del arte: kitsch, camp, gay, queer, arte, forma, técnica, material, mercado, propiedad, inversión, vip, jet set, exclusividad, vanguardia, creatividad, etcétera. Todas esas categorías que rápidamente pasaron en este siglo al uso de la televisión y de las masas, de los teléfonos y de los no entendidos, son las que hacen de la obra de Klemm un objeto de culto.
Eso fue un instante en la historia del arte argentino. Y ese fue el lugar central y popularísimo que una loca perdida y millonaria se podía adjudicar en la historia del arte de un país periférico de América Latina. Si la figura de Klemm sigue siendo convocante, es porque nadie fue capaz de mostrar esos valores finiseculares y decadentistas de la forma crítica en que él lo hizo.
La prueba es la retahíla de herederos de su obra que, más allá de todas las definiciones que lo encasillaron, encuentran allí el susurro de un artista que fue desafiante y complejo. Pero que logró, con su modo escolar de mirar el arte, cuestionar el lugar saturado, macizo y elitista que tiene en Buenos Aires la producción artística, y que es parte de la seriedad provinciana y torva con que el arte es experimentado por la gente “seria”, por los eruditos académicos y los coleccionistas pacatos.
La muestra de Ferreiro toma esa distancia entre el desparpajo de las columnas con peluca de Mauro Guzmán y las alusiones del cuerpo y el sacrificio de Malena Pizani. Un video de Laura Códega, literalmente “fabuloso”, en el que se cuenta la tragedia o la comedia griega en la que los conceptos de la historia del arte “luchan” por la supervivencia puede verse desde los sillones que el mismo Klemm diseñó, como si ambos elementos pudieran encontrar un puente en el tiempo y hubieran sido pensados el uno para el otro. No hay muchas posibilidades en Buenos Aires de experimentar esa distancia perfecta entre lo sublime y lo abyecto como en esta muestra de la Fundación Klemm.
Dórico, jónico, corintio. La historia del arte después del derrumbe de la norma, curaduría de Jimena Ferreiro, Fundación Federico Jorge Klemm, Buenos Aires, 10 de agosto – 10 de octubre de 2016.
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