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ARTE

Muchas veces se naturaliza la pobreza. Se vuelve aplastante la sensación de que es muy poco lo que se puede hacer. Lo tremendamente diferente sería creer que uno tiene la potestad de interferir en aquellos procesos silenciosos que en pleno siglo XXI todavía marginan y generan barrios donde falta tanto. Por eso cualquier acercamiento nace de una profunda rebeldía, porque conlleva una radiación humana fundamental entre tanto amuchamiento y laissez faire; el germen de dar una mano es un vértigo entre abismos cuando el padecimiento de los demás hace mella en nuestra piel.

La muestra Dos escuelas, en la galería Nora Fisch, es el resultado del trabajo de decenas de artistas en una de las zonas más carenciadas del conurbano, Villa Fiorito. Lugar que quedara signado en el imaginario como aquel confín miserable del que Maradona se emancipara gracias a sus dotes para jugar a la pelota. Fiorito no cambió mucho, se diría que avanzó hacia donde se pudiese construir y sigue padeciendo tanto la precariedad de sus casas como una contaminación ambiental muy alta, que les mete metales pesados a los niños desde los primeros meses de gateo.

Lo que los artistas hacemos es estar. Se trata ante todo de proponer dinámicas diferentes, sin que esto signifique un rol que suplante o supere al del docente o el asistente social; más bien, los artistas nos metemos en la trama del barrio como un algoritmo misterioso. Somos un sánguche y somos materiales para pintar, somos una consigna volada que te arroje por un momento lejos de la tristeza, somos un abrazo, somos cable a tierra y a veces, muchas veces, somos una antena que trasmite señales desde un lugar no tan lejano.

En la muestra está todo y ese todo se expresa de mil formas. El video del taller de Talata Rodríguez donde las adolescentes del barrio hacen poesía y bailan en un fondo fantástico de chroma, o el minucioso trabajo de resignificación del Secundario Liliana Maresca donde materiales cotidianos (desde un ladrillo hasta un bidón de agua) se transforman para siempre en cosas impensadas segundos atrás. Por ahí es una muestra que no tiene sentido ir a ver rápidamente, porque lo que se intuye debajo de todos esos pequeños experimentos necesita tiempo. Son fruto de una vocación compartida que rescata la mirada del otro (a veces la de los vecinos y vecinitos, otras veces la de los docentes) y la pone en movimiento, brindando pistas o algunos trucos para pensar cuál es el lugar propio en el mundo y qué les imprime la facultad creativa a las personas. Ahí donde Joseph Beuys dejó la pelota picando y donde alguien escribiera con apuro en la noche del aerosol que “ningún pibe nace chorro”, se asoma Fernanda Laguna rodeada de compinches con una sonrisa. El mural de Javier Barilaro lo dice con todas las letras: “Casi todo fue decidido por otros, mucho depende de vos”.

Quizás eso sea lo más importante que los artistas podamos trasmitir cuando trabajamos en el seno de una comunidad. Si, como confirman las cifras del Indec, la pobreza está enquistada en la sociedad, los artistas nos oponemos a que los números ganen. Pobreza es entonces no reaccionar. Pobreza es sostener que lo que les pasa a los otros a mí no me afecta.

 

Proyecto Secundario Liliana Maresca y Belleza y Felicidad Fiorito, Dos escuelas, galería Nora Fisch, Buenos Aires, 2 de septiembre – 14 de octubre de 2016.

 

13 Oct, 2016
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