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Las palabras del día a día, las palabras del amanecer, del trabajo, de la cocina, del salón son las que leemos en la narrativa de Sara Mesa (Madrid, 1976); pero no se trata de un solo lenguaje, sino que es doble: detrás de esa lengua usual, se encuentra otro código, a modo de elipsis, soterrado, aquello que decimos detrás de lo que decimos en la cotidianeidad, la palabra callada, silenciada, la emoción, el trauma, agazapados pero sutilmente descubiertos. Ese doble lenguaje es el que estructura uno de los conflictos medulares de la obra de Sara Mesa, que son las relaciones personales, y su anclaje con las normas sociales. Así sucede en sus dos últimas publicaciones, la novela Cicatriz (2015) y el libro de cuentos Mala letra (2016), obras de lectura complementaria ya no sólo por la urdimbre de temas comunes sino también por el manejo de las formas breves: si bien la primera es una novela, por su fragmentación y su dislocación temporal, la unidad de los capítulos y la manera en que se desgranan, causa un efecto similar al de la lectura de un cuento, un impacto emocional semejante, pero cuyo origen cuesta dilucidar.
En Cicatriz, el foco principal de exploración son las relaciones sentimentales en sus formulaciones más perversas, pero a la vez más frecuentes. Cuando Sonia comienza a intuir que su vida se cifra en una normalidad de oficina y una tranquilidad convencional, conoce a Knut en un foro literario. Desde ese momento, él altera su cotidianeidad y acaba perturbándola a lo largo de una dilatada relación virtual que pasará de la ilusión a la desorientación, pues si bien primero Knut es estímulo, luego se tornará en ruido y cárcel. Puede intuirse, entonces, que ante tal despojamiento argumental, el peso recae en la tensión por verbalizar los estragos interiores de esta relación y, por consiguiente, de una vida que pugna entre lo personal y lo social, y es en este punto donde luce una de las cualidades del estilo de Sara Mesa, que es su capacidad de análisis psicológico. Sin embargo, el problema de este tipo de aseveraciones reside en su repetición: cuántas veces hemos proclamado que tal autor u otro despunta por la profundidad de sus personajes. Pero referida a Sara Mesa, esta frase recobra su pleno sentido, pues mediante una gran sencillez de medios, con pulso dostoievskiano, efectúa el ejercicio de desvelar las distintas capas de la identidad. Esta hondura nace, entonces, de la voluntad de mirar la lógica de la cotidianeidad, de las convenciones sociales, de los modelos de vida y de la estructuración mental que implican, desde una perspectiva periférica. Y desde ese sesgo la novela deviene en una exploración de la culpa y de los mecanismos de dominio, a través de un Knut que entiende las relaciones como transacciones económicas y el pensamiento como una forma de corrupción.
Esa intención de “mirar desde otro ángulo” es la que ensaya también Mala letra, aunque aquí el campo de indagación emocional sea mucho más amplio. De nuevo, siempre detrás pero en primer plano, aparecen la culpa, la desorientación, los momentos que construyen la identidad, las relaciones, los moldes de pensamiento asentados, aunque con una precisión y una capacidad de impacto aún más pulidas. Todo ello se encara desde enfoques que, aunque causen un extrañamiento inicial, se revelan perfectamente lógicos, de tal forma que los personajes se muestran como una suerte de lúcidos insolentes, pues parece que cualquier forma de lucidez o de cuestionamiento de los modelos sociales establecidos sea malcarada: es el caso, por ejemplo, del relato “Apenas unos milímetros”. Ese uso de lo periférico se proclama desde los mismos títulos de los cuentos (y en Cicatriz, también en los epígrafes de los capítulos), ya que son elementos aparentemente marginales en los que acaba recayendo la tensión argumental y significante (“El cárabo”, “Mustélidos”); o, también, en la oportuna aparición de algunos personajes secundarios, como sucede en “¿Qué nos está pasando?” con un vendedor de lotería. Más allá del contexto reconocible de tristeza económica y social, sobre el que también se incide mediante elipsis, la atención se desplaza a los estragos de lo real en el interior y a los derrumbes que apenas sabemos comprender.
Y aun así, cuesta dilucidar el origen de esa incomodidad, ese impacto, ese reconocimiento o extrañamiento que asalta en la lectura de la obra de Sara Mesa. Acaso surja de la mirada periférica, de la profundidad de su escritura, de la facilidad con que retira lentamente las máscaras, o acaso de esa intensa voluntad de verbalizar lo que se nos escapa aunque esté ahí, por mostrar la palabra y su sombra.
Sara Mesa, Cicatriz, Anagrama, 2015, 200 págs.; Mala letra, Anagrama, 2016, 200 págs.
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