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Reverberan, aunque en sordina, las dos muestras de Sara Ramo que pueden visitarse a la vez en Madrid. Dos proyectos inaugurados con unos meses de diferencia —junio en el Reina Sofía y septiembre en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid—, que muestran las inquietudes de una artista a la que el adjetivo “española” —y no sólo por su fuerte presencia en bienales y exposiciones internacionales— se ajusta sólo a medias.
Dentro del Programa Fisuras, la muestra lindalocaviejabruja dibuja una incisura en un telón, pequeña y apocada: un ejercicio tímido que no acaba de producir efectos traumáticos, que no acaba de trascender la ortodoxia del ubicuo Calibán y la bruja, de Silvia Federici. Estamos, en este sentido, frente a una perspectiva parcial, ni siquiera manierista, y poco representativa de la manera en que Sara Ramo propone en instalaciones, collages, esculturas y vídeos desvíos y formas de economía, placer y consumo, que, volviendo al pensamiento mágico, rechazan los parámetros de rentabilidad y eficacia patriarcal-capitalista. Al Espacio 1 del Reina Sofía se accede por una puerta que conecta los transitados pasillos del museo con un espacio interior: una habitación aislada del mundo, un cuarto propio forrado con papel pintado a franjas amarillas. Es un hábitat doméstico, familiar y a la vez extraño, donde pueden verse varias marcas de vida, quizás demasiado ingenuas, y una amenaza real. Las referencias son evidentes: por un lado, Virginia Woolf y por otro, la ambientación surrealista, con Dorothea Tanning como referente. La experiencia de ser mujer como lugar de resistencia frente a las formas de control modernas, con la psiquiatría y el intento de reprimir las fuerzas irreprimibles y emancipadoras del inconsciente. Nada especialmente arriesgado, nada demasiado real, si no fuera por la “lengua-tentáculo-miembro” que emerge de la pared, del otro lado. Para transportarnos a un territorio de sensaciones y visiones materiales, donde es posible desobjetivizar los objetos, volver fetiche el producto de consumo cotidiano y, de una vez, transportarnos a la metafísica altermundista de La caída y otras formas de vida, curada por Claudia Rodríguez-Ponga en la Sala Alcalá 31. Porque del vídeo que se expone en el Reina Sofía, a la vista de otros trabajos audiovisuales de Sara Ramo, como Los ayudantes (2016), es mejor no hablar, que decía el filósofo.
En Alcalá 31, decíamos, al escenario (tercer)mundi que es la muestra se entra por detrás, dando la vuelta, por la derecha o por la izquierda, rodeando un entramado de altos paneles de madera. Girar y girar, para ser escupido través del agujero negro, el ano oscuro que se ubica en uno de los muros de la escenografía chiriquiana que Sara Ramo ha diseñado para un espacio incómodo y difícil de usar, una arquitectura bastarda sustentada en distintos tipos de columnas y una nave central pseudopanóptica que organizó los flujos materiales e inmateriales de lo que fue un banco. Las columnas, de hecho, han sido intervenidas, incorporando una serie de sólidos euclidianos aberrantes, que desestabilizan los órdenes clásicos, el rigor material y el horizonte mortuorio o ruinoso de toda arquitectura/escultura. Pero volvamos al agujero negro, al ano que Sara Ramo ha abierto en la pared. En palabras de la curadora: un Anish Kapoor venido a menos, grandilocuente en su pobreza, orgullosamente tercermundista, hecho con los materiales más asequibles. El detalle, no obstante, habilita dos comentarios sobre la muestra. Me refiero, en primer lugar, a cómo el consumo, siempre libidinal, tal y como lo evidencia la estrella-squirting que corona la figura colosal del cono color gris, está tratado en varias piezas. Pero un consumo que no entiende de marcas ni de mercados ni de carencia o necesidad, sino de exuberancias y gastos sin retorno, sin cálculo, una economía estética que, como el Sol, se entrega al derroche. ¿Dónde más? Por ejemplo en las columnas intervenidas con líneas ascendentes de bisutería, de arriba a abajo, de la planta baja a la segunda, pendientes, “joyas” y suntuosas telas. O también en el mármol de plástico, adhesivo, que ha sido instalado en algunos fragmentos del piso. O, por último, en la lápida montada al piso, con abalorios que la recorren y, desde lejos, parecen un río de insectos. Hay, de esta forma, elementos que nos devuelven al paisaje espiritual, entre romántico y surrealista, pero también hay recursos que se refieren a una forma de arte povera por fuera de la institución. Como sucede con el banco irregular de ladrillo, a la derecha de la sala, el arte povera se practica aquí como el arte de la autoconstrucción, del avance edificado cuando se casa el hijo y hay que aumentar los metros cuadrados de la vivienda.
La belleza del carnaval reside en el exceso transitorio, en la posibilidad de encarnar otras vidas y vivir por unos días los placeres de otro mundo. Un hacer travesti y una proliferación de aspiraciones a la totalidad, sin embargo producidas con un mínimo disponible que no expresa cantidad ni volumen, sino valor monetario. Sara Ramo, que lleva años viviendo en Brasil, sumergida en sus singularidades, dialoga tanto con la tradición neoconcreta como con los experimentos relacionales y terapéuticos de Lygia Clark, como puede verse en los objetos cotidianos y desechables que coronan los capiteles de las columnas/escenografía del primer piso. Esto se ve mejor cuando accedes a la segunda plata y, por fin, tienes una panorámica del teatro completo, de su plano en tres dimensiones. Arriba el montaje se hace más clásico, puede que más aburrido. Las obras vuelven a las paredes. Se camina circularmente para mirar una serie de estandartes de paradas carnavaleras: collages textiles, de franjas geométricas recordadas a mano y títulos que, en conjunto, componen un poema de frases intercambiables. Tan lleno de sentido y, a la vez, tan vacío. El ascenso y la caída de un nuevo otoño madrileño, que no echa a andar sin un sol abrasador.
La caída y otras formas de vida, curaduría de Claudia Rodríguez-Ponga, Sala Alcalá 31, Comunidad de Madrid, 12 de septiembre – 3 de noviembre 2019; lindalocaviejabruja, Museo Reina Sofía, Madrid, 23 de julio de 2019 – 2 de marzo de 2020.
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