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La narrativa cronológica de la carrera de Yayoi Kusama fue cultivada por ella misma a través de una cautelosa y difundida documentación de su estudio, y del lenguaje de la “obsesión” que promovió. En el catálogo de la muestra exhibida en Malba, se admite el uso de esta cronología canónica como pauta, y los curadores Philip Larrat-Smith y Frances Morris incluyen en ella pinturas y dibujos tempranos seguidos de claros ejemplos de sus sucesivas preocupaciones –repetición, falos, lunares–.
La obra de Yayoi Kusama es potente en la clave del pop desde su poder de reinvención visual constante; e interesante desde la aptitud de la artista para el personal branding en una época muy anterior a la de nuestras redes sociales. Cuando se instaló en Nueva York en 1958, Kusama entendió que debía reinventarse, ser más grande y más audaz que las pequeñas pinturas y dibujos que realizaba en su Japón natal. Trabajó en la creación de trademarks visuales y supo acompañarlos de una presencia efectiva en el ámbito artístico y en los medios.
Primero fueron las Infinity Nets, enormes lienzos monocromáticos cubiertos de circulitos blancos repetidos ad infinitum; después vinieron las esculturas Accumulation, donde montones de falos de tela y distintos tipos de pasta recubrían muebles, personas y cosas. Poco tiempo después, Kusama se asocia de una vez y para siempre con los lunares, su marca más establecida, que ya habían aparecido en collages y en instalaciones.
En la muestra de Malba, la narrativa lineal de Kusama se mantiene hasta la mitad de la primera sala, donde se proyecta el filme Kusama’s Self-Obliteration (1967), una psicodélica documentación de su intensa relación con los lunares y su entorno. Una fila retorcida de gente que atraviesa la sala se dirige al muy facebookeado Infinity Mirror Room – Phalli’s Field (1965/2013), con los espejos y adorables falos de tela moteada. A continuación, un laberinto de saturadas instalaciones inmersivas guían el recorrido: livings enrarecidos con lunares y luz negra; y una habitación reflejante, mezcla entre display comercial de alta gama y rave minimalista.
La exhibición delinea una revisión de los grandes éxitos de Kusama y relata la lectura más frecuente de su carrera. Se trata de una producción visual que, aunque gobernada por la obsesión, desarrolla un lenguaje visual accesible e incluso alegre o humorístico por momentos. En ese sentido, el oscuro diagnóstico que Larratt-Smith desarrolla con la historia psiquiátrica de la artista se hace presente únicamente en el texto que escribió para el catálogo. La lectura psicoanalítica del curador se diluye en una muestra que se conecta con el espectador desde lenguajes amigables y reconocibles, como la moda, la paleta de color del pop y la sexualidad floreciente de los sesenta. Sumamente exitosa en su relación con el público, la muestra es un acercamiento efectivo a la obra de una artista que se descubre como diversa y potente, mucho más que obsesiones y lunares.
Yayoi Kusama, Obsesión infinita, curaduría de Philip Larratt-Smith y Frances Morris, Malba, Buenos Aires, junio a septiembre de 2013.
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