Escena 1: un artista obsesionado con dos o tres sueños. Se le aparecen mientras duerme, mientras viaja en colectivo, mientras se pinta las uñas o esculpe. Sueña con el personaje de un animé con estética ciberpunk. Las imágenes se van apretando y achicando bajo la cinta de la racionalidad. El artista comprende su misión y comienza un viaje en busca de vitalidad, pero existen obstáculos, es la víctima y el verdugo de su circunstancia. Es la economía, el deseo, las exigencias de un mundo, todo operando sobre su cabeza como un collage de discursos sociales. Es el sueño de un artista jugándose el rol de agente de la libertad o esclavo de la escenografía que le construyó el tiempo.
Escena 2: un afiche ploteado en una pared gigante, cuadro sinóptico con intenciones educativas, señala imágenes de una vieja cultura under “darky” y alternativa, el amanecer de una internet cargada de promesas, milenios antes de YouTube o de los celulares inteligentes. La red como el reducto de los freaks e inadaptados, santuario de las obsesiones beta y los deseos prohibidos. Una foto blanco y negro de un grupo de monjas esperando un exorcismo, una caricatura posando y una advertencia: ocupamos la fábrica. Una bebé, en brazos de su madre, estira la mano para tocar la figura de Garfield. Casi llora, casi.
Escena 3: un pene o un tubérculo sexualizado sobre un altar carcomido, los cuerpos parecen un tejido angustiado por una enfermedad venérea. Las esculturas están atrapadas en su pose, en una escena estática de baile, energía erótica que no termina de armarse y esparcirse. Nicanor Aráoz abre una puerta y la performance es continuada por otros. Las obras son brújulas que organizan los cuerpos entre el protocolo de la inauguración, el éxtasis del halago y el martirio del lenguaje. Es decir, un sujeto fragmentado. Ya no es el escultor quien ejerce violencia sobre sus materiales sino al revés, las obras están atacando y para eso la estrategia es clara: ocupar un espacio, rodear a la manada y morder desde el silencio. Un impermeable transparente y quemado se retuerce como una medusa con tentáculos venenosos.
Escena 4: muchas personas caminan por un extenso pasillo en la galería Barro. Hay risas, algo de suspenso, una cerveza por aquí, otra por allá, es el eterno encuentro con los amigos del arte. Las conversaciones se derriten como helado y muchos señalan bultos en las esculturas rojas de poliuretano expandido, las piezas de Nicanor Aráoz, o las patovas de su nuevo boliche llamado “Placenta escarlata”. Entrada libre y gratuita, pareciera.
Nicanor Aráoz, Placenta escarlata, Barro Arte Contemporáneo, Buenos Aires, 28 de marzo – 28 de abril de 2018.
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