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Nuestra historia con la luna es la historia de una distancia. Las mitologías y cosmogonías que le atribuyen valores son innumerables (por no decir infinitas), en gran medida porque son las narrativas que nos acompañan desde el primer día. Digamos: la luna es, en cierto modo, el faro de la humanidad, y a la pregunta ¿Qué es la luna? podría responderse: La luna es todo lo que queramos que sea. En este sentido, su relación con la poesía es tan vasta que muchos intentaron resumirla sin éxito. Maupassant escribió en 1884 su hermoso ensayo “La luna y los poetas”, donde comenta que Mallarmé la detestaba y que, declarándose su principal enemigo, estuvo obsesionado con destruirla. En realidad no detestaba tanto al satélite como, por propiedad transitiva, a los poetas que le cantaban, así como les cantaban al rocío, a las praderas, al mar. En Oriente, la más sensata de las leyendas cuenta que Li Po, máximo poeta de la tradición taoísta, murió ahogado tras querer besar el reflejo de la luna desde la barca que lo trasladaba borracho por el río Yangtsé. Pocas veces caemos en la cuenta de que la luz que nos llega de la luna es la del sol; la luna como cuerpo es opaco, no tiene luz propia, y lo que nos devuelve es el reflejo femenino de nuestro orbitar en el centro de la nada misma.
Procurándose de reflexiones tan simples, Erica Bohm expone por estos días en Pasto galería una serie de ideas que logran condensar sus múltiples intenciones en torno a la luna y sus narrativas históricas y contemporáneas; desde la poesía hasta la ciencia ficción y el arte conceptual de los sesenta. La técnica es tan sencilla que si existiera el concepto fotografía povera, se aplicaría; en una breve entrevista, la artista comenta al respecto: “son unas impresiones estenopeicas de la luna que vengo haciendo desde el 2014. La fotografía estenopeica o pinhole es simplemente una caja de cartón con un pequeño agujero a través del cual se capta la luz. Hay una larga tradición de fotógrafos que la han utilizado para tomar imágenes increíbles, y haciendo cálculos se puede lograr un foco excelente y que la imagen no deforme. En este caso las armé para trabajar directamente sobre el papel fotográfico. Las imágenes que pueden verse en la muestra fueron directamente expuestas a la luz del sol que la luna refleja durante diferentes noches de luna llena, si el tiempo está más o menos bien. Las dejo afuera para que el papel fotosensible se impregne de esa luz. Cada papel es el registro de un momento único y son diferentes tiempos y exposiciones que van desde media hora hasta ocho horas aproximadamente”.
Los resultados son las estelas negras de un recorrido, trazos que semejan grafías de movimiento perfecto sobre un fondo perfectamente blanco, como si la fotografía documentara a su vez una hermandad y un vacío, o la hermandad en el vacío mismo. La belleza de la idea compite para bien con su simpleza y el resultado no es más que el registro de una revelación: que la luna es un yacimiento narrativo siempre posible porque lo que nos devuelve es, también, una parte de nosotros. En este sentido, la muestra contiene dos codas, obras satélites que fomentan nuevas tensiones sobre sus posibilidades ensayísticas. Momentos que remiten a Georges Méliès y a Raquel Forner por igual y que nos hacen repensar el peso del verbo alunizar como problema tangible del siglo XX, arrastrando su estela al siglo XXI. Uno puede preguntarse qué hubiese sido del presente y de la historia en general si la URSS pisaba primero la luna. La narrativa norteamericana contemporánea funda sus bases en la privatización de un ícono que, por suerte, forma parte de la literatura y ofrece incesantes relatos posibles.
Erica Bohn, …to keep the Moon in sight, curaduría de Benedetta Casini, Pasto galería, 3 de agosto – 9 de septiembre de 2017.
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