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CINE y TV

Como hijos putativos de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori no tienen ni el talento argumentativo y visual del primero ni la gracia (ocasional) del segundo. Ya se ha dicho por ahí que sus aciertos y desaciertos remiten más a un cine “regional” reprocesado a través del modelo genérico de Hollywood que a cualquier intento de exhibir la especificidad de un cine poco visto o de difícil acceso, como puede serlo el paraguayo. 7 cajas vendría, por lo tanto, a confirmar el surgimiento de una especie de exploitation de Tercer Mundo, cuya homogeneización de forma y contenido está especialmente representada por un cine híbrido, de difícil adscripción geográfica como no sea por algunas marcas específicas de origen señaladas por las propias campañas publicitarias de las películas, ostentosamente hermanado, en una especie de realismo sucio made in Mercosur, con Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002), Tropa de elite (José Padilha, 2007) y Elefante blanco (Pablo Trapero, 2012) como ejemplos claros. El anclaje escenográfico de estas películas —aquí, el impresionante Mercado 4 de Asunción— se vuelve entonces simplemente ilustrativo, por cuanto el objetivo primordial del film no pareciera ser la crónica social —algo que tampoco puede o debe exigírsele, desde luego— sino el puro malabarismo técnico. Asomarse a una “tarantineada” en Asunción podría resultar atractivo en los papeles, si no fuera porque, primero, Tarantino hace rato que creció y los diálogos sobre música, películas y hamburguesas de Perros de la calle (1992) y Pulp Fiction (1994) ya han cedido su lugar a la refinadísima retórica del terror que rige una genialidad como Bastardos sin gloria (2009), y segundo, porque Robert Rodríguez ya ha filmado y refilmado tantas veces El mariachi (1992), que las extravagantes posiciones de cámara y la caricatura de los personajes protagonistas de 7 cajas —especialmente de sus villanos— no pueden resultar más que torpes y aburridas. Hay que dejar también de lado, finalmente, la siempre espinosa cuestión de la “estetización de la miseria” para empezar a entender por qué, entonces, este relato sobre las desventuras de un carretillero en custodia del botín del título, perseguido y acosado por pintorescos personajes a lo largo y a lo ancho del escenario antes señalado, se agota en la simpatía que puedan o no despertar sus más bien esquemáticos personajes, en la novedad que puedan representar para el espectador desprevenido algunas soluciones formales ya vistas demasiado, o los ordinarios apuntes para una antropología urbana que Maneglia y Schémbori insertan aquí y allá sin saber demasiado para qué, porque este cine regional y a la vez globalizado no parece tener mucho que decir o mostrar más allá del artificio. Hace dos años pudimos asomarnos al deambular del siempre crispado Mel Gibson por los pabellones infernales de la prisión “El Pueblito” de Tijuana. Lo que transforma a Get the Gringo (Adrian Grunberg, 2012) en un formidable y salvaje policial es aquello que Maneglia y Schémbori desconocen: para lograr una buena película no basta con encontrar una buena locación. Ese es, a lo sumo, tan sólo el primer paso.

 

7 cajas (Paraguay, 2012), guión de Juan Carlos Maneglia, Tito Chamorro y Tana Schémbori, dirección de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, 100 minutos.

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