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Sutil e inopinadamente, un cuento de Martín Rejtman de los años noventa resolvía con realismo posmoderno lo que en los sesenta Cortázar había planteado desde el fantástico. Si en “El otro cielo” se podía ir y venir de una galería porteña a una parisina, en “El pasado” un típico personaje rejtmaniano —de esos casi intercambiables entre cuento y cuento, cuento y película, película y película— viajaba de Buenos Aires a Chicago sólo para cobrar un cheque. La precisión ascética de la prosa de Rejtman, que sabe producir con sus verbos en presente la mágica ilusión de un presente denso, suspendido en una suerte de eternidad, nos hacía entender, sin subrayados, que la geografía de la por entonces muy promocionada “globalización” pretendía imaginarse como “continua”: sin obstáculos para pasar de un espacio a otro, Buenos Aires estaba tan cerca de Chicago como de Mar del Plata o de Singapur.
En su largometraje más reciente, La práctica, el túnel espacial une Buenos Aires y Santiago, la capital chilena, una locación que Rejtman ha explorado en sus últimos años en la ficción (por ejemplo, en el cuento “Este-Oeste”), pero también en frecuentes viajes al país. Aquí la continuidad vuelve a tomar forma narrativa en las regulares visitas de la madre del protagonista (Mirta Busnelli) desde Buenos Aires, pero se hace más patente en la producción de la película, rodada en Chile, principal fuente de financiamiento.
Ahora bien, el efecto que provoca este cambio de ambiente en los frecuentadores del cine de Rejtman no es exactamente de continuidad, sino más bien de sustitución —la ciudad parece haberse convertido, también, en uno de esos vectores intercambiables entre cuento y cuento, película y película—. Desde los primeros filmes de Rejtman aprendimos a entender sus peculiaridades (el absurdo, las líneas narrativas simétricas o paralelas, la controladísima puesta en escena, la dicción artificial) como la pasmosa destilación de una sinergia porteña. Su estilo encontraba explicación y anclaje en el contexto de la ciudad de Buenos Aires con sus discotecas de barrio, vestíbulos desangelados de edificios de clase media, cenas en restaurantes chinos con tubo fluorescente, chalecitos con pileta, omnipresentes consultorios de terapia, gente que atesora objetos kitsch y hace escapadas a playas poco glamorosas en coches viejos, motos o ciclomotores. La práctica nos revela, de repente, que Buenos Aires no era necesariamente el lugar natural de ese universo narrativo, de esos paralelismos absurdos, que esa dicción puede trasladarse a otro acento, que esos trueques sirven también para contar historias en Santiago y sus alrededores.
En el título, “práctica” significa la de yoga. Gustavo (Esteban Bigliardi) y Vanesa (Manuela Oyarzún) son instructores de yoga y acaban de separarse, o lo están intentando. Todo su mundo gira en torno al yoga, casi todos los personajes que aparecen lo practican, o lo han practicado, y el yoga se vuelve así sinónimo del universo. Al tratarse de un argumento rejtmaniano, huelga el resumen. Hay encuentros y desencuentros, reaparición de personajes de un pasado que parece remoto, formación y disolución de las parejas más insólitas, mucha circulación de objetos y de personas, muchos absurdos. Los frecuentadores del cine de Rejtman van a encontrar, sin embargo, al menos dos gestos inesperados, que es mejor no revelar, sino sólo ponderar. Uno de ellos parece salido de un dibujito animado y sin embargo en una entrevista reciente el director remite a una experiencia personal en Chile. El otro quiebra totalmente el registro que Rejtman ha mantenido prolijamente por décadas, y puestos a comparar, trae a la mente un momento de Memoria (Apichatpong Weerasethakul, 2021), con lo que nos recuerda el lazo que siempre ha unido a Rejtman con los cines del Asia oriental. La explicación del director de ese gesto nuevo y divertido se hace también en clave de yoga: “Gustavo no puede alcanzar el samadhi, pero una piedra sí”.
También van a encontrar los frecuentadores de su cine un raro momento autorreferencial, de esos que a la crítica deconstructiva le gustaba encontrar para volver clave de una lectura comprehensiva: en uno de los retiros de yoga que se hacen en las afueras de Santiago, un grupo canta en el fogón una canción extraña, tomada del folclore venezolano, que dice: “El cantar tiene sentido / entendimiento y razón. / La buena pronunciación / del instrumento al oído”. La frase es enigmática y quizás un sinsentido, pero en el contexto de la práctica rejtmaniana, que ha hecho de una exacta pronunciación la marca más notable de su cine, adquiere una resonancia casi espectral. Sin embargo, la más aguda deconstrucción del cine de Rejtman la hizo su antigua asistente de dirección y compañera de yoga, Julia Solomonoff, en la presentación de La práctica en Nueva York, al notar que las repeticiones y recurrencias de la forma rejtmaniana reflejan el protocolo del yoga ashtanga, que Rejtman practicó por años. Así, el yoga se propone no sólo como resumen del universo para los personajes de esta película, sino también como resumen del cine de Rejtman.
La práctica (Argentina/Portugal/Chile, 2023), guion y dirección de Martín Rejtman, 89 minutos.
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