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En los grandes relatos, los finales revelan mucho más que una conclusión a lo que se narra. Un final abrupto, enigmático o complaciente puede trastocar la percepción, casi de forma definitiva, de cualquier historia. Por eso, los respectivos finales de The Sopranos, Mad Men y Breaking Bad no son simplemente cierres de narraciones épicas, sino claves para terminar de definir a sus protagonistas. La mirada de Tony Soprano, la sonrisa de Don Draper, la caída de Walter White condensan la potencia de un viaje que, más que clausurarse, continúa abriendo sentidos en la imaginación popular. En el caso de Better Call Saul, el final revela algo del origen: el rostro genuino de la persona que Saul Goodman enterró con artimañas de chantajista fanfarrón; la cara desnuda, trágica, de Jimmy McGill.
¿Qué harías si tuvieses una máquina del tiempo? ¿Qué cambiarías? Estas preguntas vuelven, una y otra vez, a lo largo del último episodio de la serie, reformulando el remordimiento de Jimmy en una fantasía de ciencia ficción. Porque —como se ve durante toda la producción— la astucia del abogado reside en transformar la debilidad de Jimmy en la fortaleza de Saul. Sin embargo, en la temporada final, es posible observar el resquebrajamiento de una máscara construida con miedo, resentimiento y oportunismo; una máscara que, en sus grietas, deja ver a un hombre y su anhelo de cambiar el pasado.
¿Cómo pasó Saul de ser la aventura de un personaje lateral de Breaking Bad a convertirse en uno de los relatos morales más trascendentes de la televisión contemporánea? Bueno, como bien saben Vince Gilligan y Peter Gould, la magia está en los detalles. Un ejemplo claro es el llanto de Kim en el anteúltimo capítulo, Waterworks (dirigido por Gilligan), donde la angustia de la exesposa de Jimmy —contenida desde el origen— se abre camino de forma gradual e inesperada hasta desfigurar el rostro del personaje más sólido de la serie.
A lo largo de los capítulos, con precisión milimétrica y rigurosidad casi obsesiva, los creadores fueron armando el rompecabezas de un cuadro mucho más amplio que el de la serie anterior. A través de un cuidadoso manejo de la temporalidad, la narración de Saul abarca tanto los eventos pasados a la odisea de Heisenberg como los futuros, pero también indaga —y esto es quizás lo más importante— el mundo interior de unos sujetos movidos por la culpa, el deseo, la traición y, claro, el poder. Y si de poder hablamos, Saul parece arrojar una teoría inversa a la de Breaking Bad. Mientras que Walter White necesita el poder, Saul Goodman quiere el dinero. Mientras uno edifica un imperio, el otro busca una salida. Por eso, Walt asimila la crueldad como un elemento clave de su máscara, y Saul, a pesar de sus fechorías, nunca llega a ejercer la crueldad. Ambos, sin embargo, comparten algo: la larga mancha de sangre que dejan en el camino.
En términos audiovisuales, Saul continua por la ruta experimentalista de Breaking Bad y, en un punto, desarrolla una densidad mucho más espesa, ambigua y por momentos asfixiante que combina violencia extrema, comedia negra y drama humano. Cada plano, de alguna manera, sintetiza una búsqueda cinematográfica donde se puede rastrear la sombra de Hitchcock, Leone, Bertolucci, Scorsese o los Coen, por mencionar algunos nombres que integran el universo de referencias, pero que no lo agotan. El uso del blanco y negro para narrar los últimos movimientos de Saul fue una elección arriesgada que podía salir mal, pero salió muy bien. A la tensión del western y del thriller, se le sumó la melancolía del film noir, sin perder nunca el eje tragicómico de una serie que devino retrato shakespeariano sobre el amor, la muerte, la redención y las máscaras que fabricamos para sobrevivir.
Better Call Saul (sexta temporada), creada por Vince Gilligan y Peter Gould, Netflix, 2022.
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