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“Es como si fuera siempre ahora”, dice Mason en una iluminación lisérgica hacia el final de Boyhood, y la frase vale para definir la proeza temporal de la última película de Richard Linklater, filmada en treinta y nueve días durante doce años, por así decirlo, en “tiempo real”. Porque “ahora” es ahora para Mason, que mira pasar las nubes a los seis años en el comienzo de la ficción, pero también para el actor Ellar Coltrane que tiene la misma edad y seguirá siendo Mason hasta los dieciocho, y también para Samantha, su hermana mayor (Lorelei Linklater, la hija del director), y la madre atribulada (Patricia Arquette) y el padre ocasional (Ethan Hawke), pero sobre todo para el espectador, arrobado durante casi tres horas ante el prodigio del tiempo que pasa y muda los rostros de los personajes, dentro y fuera de la ficción. Con esa simple premisa, Linklater deja que la historia de una familia media de Texas fluya sin sobresaltos ni giros dramáticos inesperados hasta que el muchacho del título llegue a la mayoría de edad, y anuda con soltura inédita la gran tradición realista norteamericana y el tour de force conceptual. No que el cine no lo haya intentado en un arco muy variado que va del proteico Antoine Doinel de Jean-Pierre Léaud en las películas de Truffaut y la trilogía del mismo Linklater Antes de… —crónica de un romance-matrimonio durante dieciocho años―, hasta el afán documental de la serie 7-Up de Michael Apted, que desde 1964 vuelve a los mismos personajes reales cada siete años. Pero la combinación de tiempo expandido y compresión de la ficción trae una innovación crucial. Sin flashbacks ni fast forwards, sin malabarismos de casting y maquillaje ni andamiaje experimental, Linklater esculpe el tiempo del cine en la medianía de la vida cotidiana y despliega el misterio, trillado y siempre único, de ver a un chico crecer. Hay separaciones y mudanzas, diálogos filosos y sutileza actoral, pero el gran protagonista es el tiempo que va moldeando los rostros, madurando los cuerpos, mudando ropas y peinados, encapsulando huellas históricas ―de la Guerra de Irak a la campaña de Obama―, marcas de época ―del Gameboy a Facebook―, bandas sonoras ―de Coldplay a Lady Gaga―, dispersas entre los tiempos muertos del día a día que no caben en las peripecias convencionales del relato de iniciación. Y cuenta además el salto de fe. Porque ¿cómo imaginar en el comienzo cómo sería el niño Ellar Coltrane doce años después? Como en la vida misma ―he ahí un plus de realismo, inédito en el cine―, el “ahora” de cada escena está impregnado de un futuro incierto que hace peligrar la empresa toda y tiñe el avance de la ficción. Nunca vimos algo igual.
De las comedias Slacker, Dazed and Confused y Escuela de rock hasta la versión oscura de Philip K. Dick, A Scanner Darkly, y la sátira social Fast Food Nation, pasando por la trilogía Antes de..., el cine de Linklater parecía avanzar sin rumbo fijo, a gusto con los cambios de tono y la dispersión. Queda claro ahora que Boyhood tendía un hilo por detrás del resto, tramando un fresco animado de la vida norteamericana en el siglo XXI. Cápsula de tiempo, diario íntimo, celebración del presente como prenda de futuro, es sin duda su obra más dilatadamente personal.
Boyhood (Estados Unidos, 2014), guión y dirección de Richard Linklater, 165 minutos.
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