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Pocos cineastas tienen, a lo largo de su carrera, la suerte de encontrar seres bellos para filmar. Más de uno, quizás, agradezca esa carencia de fortuna, ya que toparse con la belleza supone, ineludiblemente, un problema: ¿cómo filmarla? Douglas Sirk prefirió rendirse ante ella, Alfred Hitchcock, torturarla. El espectro de reacciones posibles frente a lo deslumbrante es tan amplio e imprevisible, que excede por mucho los alardes del gusto personal y pasa a ser, casi fatalmente, una cuestión de método y obsesión. Un film sobre la belleza es siempre una guía de procedimientos: un recorte del objeto y una crónica de los modos de acercarse a él.
El prolífico e irregular François Ozon es un director afortunado. Ha encontrado qué filmar, aunque tenga escasa conciencia del hallazgo. Marine Vacth es un ser demasiado bello, demasiado extraño para la mediocre película que intenta contenerlo. Joven y bella es uno de esos films en donde todo, absolutamente todo, está determinado por las características del actor/actriz de turno más que por las intenciones o los propósitos del director. La aclaración al respecto conviene hacerla de antemano: Marine Vacth es una modelo con escasa —hasta aquí— experiencia en cine, y el método que utiliza para transformarse en Isabelle era, prejuicio mediante, hasta esperable. Consiste en privar al espectador de cualquier ruta o atajo hacia su interior, atragantarse con su propia emocionalidad para que afloren sólo las consecuencias de ese esfuerzo. Nada demasiado diferente a lo que, suponemos, debe hacer a menudo sobre las pasarelas, aunque las visibilidades que requiere la pantalla sean otras y el proceso se vuelva, por lo tanto, mucho más complejo y meritorio. El suyo, como prodigio al borde de lo físico, es un logro extraordinario. Marine/Isabelle, la adolescente de clase media que, sin razón aparente, decide prostituirse, es un sufrimiento ambulante empecinado en no dejarse ver; una crisis emocional hecha carne que, con una frialdad escalofriante, encuentra un atractivo perverso en eso de volverse víctima propiciatoria para ser sacrificada. Los previsibles intentos que Ozon lleva a cabo para penetrar esa decisión —las charlas con su madre, en las que la única que habla es esta última; las lastimosas escenas con el psicólogo libidinoso— tratan de expulsarla del martirologio del que ella ha decidido formar parte dejando afuera —es decir, muy dentro suyo— las razones. Como parte de la lista de víctimas de múltiples causas (entre ellas la tecnológica: las páginas de Internet donde Isabelle se “vende” y ese teléfono celular donde sus clientes la buscan), esta criatura fascinante, compleja, hasta cierto punto incomprendida por su propio creador, parece resistir plano por plano el cine que le ha tocado en suerte. Su fantasía final, el mórbido trío que completa con la omnipresente Catherine Deneuve de Belle de jour (1967) y la eterna Charlotte Rampling —Portero de noche (1974) mediante— está ahí para probarlo.
Jeune et jolie (Francia, 2013), guión y dirección de François Ozon, 95 minutos.
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