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Juventud, la última película de Paolo Sorrentino, cuenta la historia de Fred Ballinger (Michael Caine), un famoso compositor musical y director de orquesta retirado que pasa sus veranos en un hotel-spa suizo de lujo, al que también asisten celebridades. Allí, rodeado de la juventud de los empleados del hotel, repasa su futuro y su pasado, consciente de estar ya en el final de su vida. Juventud es un conjunto de metáforas cinematográficas pero que, como reflexionaba Jean Mitry, son metáforas destinadas a fracasar. A diferencia de la metáfora literaria, en la que uno de los términos puestos en semejanza está siempre ausente (“labios de rubí” deja un término ausente, y es por eso diferente a decir “los labios son tan rojos como rubíes”), en el cine ambos términos de la asociación están necesariamente presentes en la banda visual o sonora, o en ambas (vemos los labios rojos y, en todo caso, veremos también los rubíes). De esta manera, la metáfora cinematográfica se explicita y pierde su fuerza al convertirse siempre en una comparación.
El film avanza por medio de acciones y diálogos que duplican el contenido de las imágenes: Harvey Keitel, quien interpreta al mejor amigo de Caine, mira por un visor el paisaje montañoso: la imagen del visor hace que la montaña se vea cerca. Keitel explica que eso es la juventud, donde lo único que existe es el futuro, que está cerca. Después da vuelta el visor y vuelve a mirar por el lado inverso; ahora las montañas se ven muy lejos: eso es la vejez, vuelve a explicar, donde todo está lejos porque todo es pasado. Juventud es un inventario de situaciones como esta.
El fin de la vida, las cosas que deberíamos haber hecho mejor, la sabiduría de los ancianos, la decrepitud del cuerpo, lo que se supone que los hombres y las mujeres deben ser para ellos mismos y para los otros: la narración tiene verdades sobre todos esos tópicos para mostrar y las ilustra con imágenes perfectas. En Juventud todo es hermoso: las angustias, las decepciones, la vejez, el suicidio. Todo malestar se vuelve digno de ser sufrido a través de movimientos de cámara de gran destreza y pulcritud. Y Jean Mitry se preguntaría una vez más: ¿cuál es la verdad que puede darnos el cine?
Sonidos limpios y descontextualizados más infinitos travellings de sueños, alucinaciones e imágenes propias del género fantástico hacen que los planos se parezcan a los de Fellini, pero sólo de manera superficial, como lo es todo en la película de Sorrentino. Porque a diferencia de Fellini, en Juventud cada imagen de sueño, fantasía o realidad confusa, cada sonido desconcertante es anclado a un solo significado por medio de una narración que continuamente nos dice “esta es la imagen y este es su contenido“. Así, cada imagen nos repite eso que escuchamos afirmar todos los días pero que, sin embargo, se contradice en nuestra experiencia cotidiana: que hay belleza en todo, sólo hay que saber mirar. Juventud reafirma una de las modas del cine de esta época: la obsesión por la calidad técnica, por la armonía de la imagen, por hacer ver hermoso cada elemento, incluso el cuerpo más decrépito. Lo que parecía ser un estilo propio de Sorrentino se convierte en este caso en la mala fórmula cinematográfica. En su película anterior (La grande belleza), imágenes hermosas acompañaban el intento del protagonista por encontrar la belleza, intento que no dejaba de fracasar. En Juventud, lo que importa ya no es buscar la belleza sino extraerla plásticamente de cualquier objeto, a cualquier costo, como si ese fuese el único fin del arte. Detrás de la sobreestetización de Juventud no hay mucho más que cine convertido en circo.
Sin embargo, quizás esta mala fórmula pueda revelarnos la buena, alguna premisa del verdadero cine, aquel que confía en la ambigüedad y en la suciedad de las imágenes, puestas unas contra otras de modo tal que aparezca alguna visión confusa pero suficientemente fuerte como para evidenciar alguna contradicción. Menos directo y más místico, el cine debería apoyarse menos en la superficialidad de la fotografía y volver a confiar en el montaje.
Juventud (Italia, Francia, Reino Unido y Suiza, 2015), guión y dirección de Paolo Sorrentino, 124 minutos.
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