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“Algo se acerca. Algo sediento de sangre. Una sombra crece en el muro de atrás y lo sumerge en la oscuridad. Ya casi está aquí”. Esas son las premonitorias palabras de Mike al comienzo del primer capítulo de Stranger Things. “Algo se acerca”, amenaza a sus tres amigos, Will, Lucas y Dustin. Es la noche del 6 de noviembre de 1983 y hace diez horas que los cuatro están en el sótano jugando a Calabozos y Dragones. “Ya casi está aquí”, advierte. El acecho del Demogorgon, Príncipe de los Demonios que habita el Abismo, quedará en suspenso con la irrupción de la mamá de Mike que los manda a todos a casa: mañana hay que ir a la escuela. Todos a dormir. Pero Will nunca llegará a su hogar, ¿o sí?
La acción de la serie, creada para Netflix por los mellizos Matt y Ross Duffer, se desarrolla a partir de este hecho: la desaparición del amigo/hermano/hijo. Se abren así tres hilos narrativos desde los que se pueden seguir tres historias bien delimitadas sobre las que los hermanos Duffer montaron, con pericia e inteligencia, un andamiaje de citas, guiños y homenajes al cine de los ochenta. Cada uno de estos ejes busca solucionar (o dar cuenta de) una stranger thing diferente: los niños se ocuparán de Eleven, una muchachita con poderes sobrenaturales que será fundamental en la aventura de buscar al amigo perdido; los hermanos mayores de Mike y Will, Nancy y Jonathan, perseguirán al monstruo que habita El Otro Lado; finalmente, Joyce —la desesperada madre que interpreta Winona Ryder— se encargará, junto con el jefe Hopper, de vérselas con el siniestro grupo de científicos gubernamentales que opera en el pequeño y hasta el momento tranquilo pueblo de Hawkins, Indiana.
En un ejercicio de posmodernidad optimista, los directores lograron reunir en ocho capítulos referencias a ET, Los goonies, Cuenta conmigo, La cosa, Poltergeist, Alien, Encuentros cercanos del tercer tipo y tantos otros elementos clave de la cultura popular de los ochenta. Aunque inevitablemente apele al sentimiento de nostalgia de una porción del público, el resultado va más allá de esa magdalena de Proust audiovisual para cuarentones que permite recuperar por un momento algo de la ingenuidad y la inocencia de esos años previos a la adolescencia. Los tres planos de la serie (niños/fantasía, adolescentes/terror, adultos/suspenso) la vuelven rítmica, a la vez que justifican, en los respectivos verosímiles, cuestiones argumentales que podrían ser objetadas si no existiera este entrecruzamiento. Cabe preguntarse si no se está frente a un nuevo género serie/película-inspirada-en-el-estilo-de-los-ochenta. El caso es que aquí el experimento cierra con los números a favor. En Stranger Things hay fantasía, terror y suspenso, sí. Pero también amistad, romance, incondicionalidad y, en definitiva, amor. Extraña por lo cercana y lejana, atrapa y da miedo, pero, sobre todo, evoca sin volverse melancólica.
Stranger Things, guión y dirección de The Duffer Brothers, Netflix, 2016.
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