El exceso de erudición y la identificación vital con el material de trabajo producen, muy de tanto en tanto, ciertas felicísimas transformaciones en las que el erudito, el “aparato”, el freak intelectual, deviene travesti. Plato paceño integra esa serie de fenómenos muy infrecuentes dentro del ámbito teratológico. Y la característica más saliente del libro es precisamente esa lengua travesti —mezcla de erudición, impostación y amor al material de trabajo—, que aquí se conforma a partir de una inmensa cantidad de variedades lingüísticas.
El libro nos presenta las aventuras no solamente paceñas de Andrés y Macarena; también hay episodios en Sucre e incluso porteñas rivalidades colegiales entre los alumnos del Champagnat y los del Colegio de La Salle. Nuestros protagonistas, una pareja de “bolivianistas” autodesignados y aspirantes a becarios del Conicet, recorren diferentes lugares de Bolivia en busca de nuevas experiencias y también como actividad complementaria para su formación académica. En la tradición de la novela de aventuras y del relato de viaje, el texto presenta una estructura episódica en la que nuestros héroes van cruzándose por el camino con diferentes personajes, prueban drogas y comidas, intercambian y discuten lecturas, asisten a congresos universitarios, elaboran sus tesis o envían emails.
En tanto lugar de encuentro de viajeros, neohippies, filántropos que buscan ayudar a los campesinos, universitarios que realizan trabajos de campo, mormones, estudiantes de cine, periodistas, bailarines y coreógrafos, la Bolivia de Plato paceño termina por ser un “Illimani más grande que la vida”. Allí se cruzan historias de universidades, congresos, diarios, redacciones, pero también de mercados, bares, pensiones y plazas. De seguro la mayor cantidad de historias presentes en el libro son las literarias. Los propios nombres de los capítulos son en muchos casos referencias ostensibles a obras fácilmente identificables —“Los que aman, odian” o “Cuerpo a cuerpo”— y en más de una ocasión contienen referencias múltiples: “Tres tristes trópicos”. Pero además de esas y otras muchísimas indicaciones manifiestas, el lector tiene la impresión de que detrás de cada frase Grieco y Bavio ha escondido un guiño, que puede ir desde los rincones más recónditos de la tradición clásica hasta los tópicos más frecuentes de la actual cultura popular.
Heine decía que las obras de Jean Paul (Richter) eran geniales pero difíciles de digerir, no aconsejables para estómagos débiles, pues cada texto era como un plato preparado con raíces y vegetales crudos. Plato paceño remite, tal como se ve en la foto de la portada, a una comida, infaltable en los homenajes a La Paz. Está compuesta de choclo, habas, papas, todo cocido a fuego fuerte, queso en rebanadas frito y una cucharada de llajwa. El plato que nos cocina Grieco y Bavio es sabroso y, a diferencia de las obras de Jean Paul, no produce indigestión.
Alfredo Grieco y Bavio, Plato paceño, Plural, 2015, 185 págs.
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