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Las tortugas forman parte del imaginario humano de manera principalmente poética, como un otro enigmático, una pantalla sobre la que nuestra ansiedad puede ser proyectada. Se presentan como la supervivencia de elementos prehistóricos, delatan la relatividad del tiempo, encarnan una suerte de complejo autosuficiente, apenas replicado en las casas rodantes del turismo masivo. Son un caso fascinante de dos-por-uno: por un lado, se trata de una criatura híbrida entre el océano y la tierra, y por el otro, participan de un estado entre la vida activa y el sueño, entre el presente y aquello que excede al tiempo histórico. De ahí provienen la tortuga del Des Esseintes de Huysmans, decadentemente decorada; las Tortugas Ninjas, siempre listas, y las tortugas de Esopo y Zenón, ejemplares.
Si bien puede pensarse Timeless Alex, el trabajo de Eduardo Navarro, como una deriva de este imaginario, concebirlo como una realidad plástica y material resulta más productivo. Quisiera por lo tanto rescatar aquello que Alex tiene de estrictamente literal, en desmedro de cualquier interpretación metafórica, porque entiendo que Alex (tanto como Horses Don’t Lie, 2013) concierne a la velocidad. Vemos un dispositivo quelonio en un ser humano; juntos avanzan muy despacio con un movimiento incesante que apenas llega a convertirse en un paso, casi indistinguible del estado de quietud. La estructura es un casco, un body de cuero y un caparazón hecho de tiras de papel superpuestas sobre una malla de alambre, adheridas con pegamento y pintadas con betún para zapatos. Cuando está quieta, cuelga de una pared, donde sugiere la posibilidad de un cuerpo moviente. Está en estado de latencia. Como instrumento, el dispositivo es un incordio, un obstáculo, la imposición de un límite máximo de velocidad sobre un cuerpo que seguramente preferiría ir más rápido.
A diferencia del tiempo, la velocidad es de carácter visual: se puede ver el paso raudo de los autos o el andar de una hormiga a través del living. La velocidad vuelve visible el tiempo en el espacio. Las altas velocidades suelen atraer la atención y generar asombro, mientras que la lentitud suscita un estímulo sensorial mucho menos inmediato. La lentitud puede ser entendida como un acto de resistencia, y sin embargo, la desaceleración no es sólo una reacción sino que puede señalar una adaptación mayor a un entorno específico con la intención de desaparecer en él. Basta con pensar en el movimiento sigiloso del predador acercándose a su presa. Se trata de una lentitud estratégica; una parsimonia que, llegada la ocasión, puede convertirse en un pique corto. La acción lenta remite a los usos del tiempo, tiempo que efectivamente transcurre sin que podamos percatarnos de su paso. Reservados para una clase privilegiada, el ocio, el tedio, la pérdida son los más frecuentes entre estos usos lentos del tiempo. Quienes detentan ese privilegio pueden, como el predador, modular el tiempo a su conveniencia, pasando con facilidad, si así lo quisieran, de la velocidad del sonido a menos cero en nada.
Y aun así, puestas a un lado las distinciones de clase, y desde una perspectiva más existencial, los usos de la lentitud pueden indicar una sensibilidad por el valor (relativo y culturalmente determinado) de la velocidad. Este es el dominio en el que Timeless Alex se desplaza. Su velocidad tiene que ver con una experiencia de la alteridad presente en la fusión del hombre-tortuga y la tortuga-hombre. Su velocidad es el efecto del dispositivo que la sostiene y genera, por tanto, una conciencia de ese pasaje. Mientras que el caparazón imita la característica más prominente de una tortuga y permite que espectadores más distanciados reconozcan una transformación organizada de un modo más teatral, el casco y el body se ocupan de invisibilizar la cabeza y las manos humanas. Es esta invisibilidad la que habilita, principalmente al activador de Alex, la transgresión. (Uso “activador” para alejarme lo más posible de la idea de que se trata de un disfraz que “representa” una tortuga; este dispositivo de tres piezas es tanto un obstáculo para el cuerpo humano como un instrumento para experimentar cierta “quelonidad”).
A veces no hay otra alternativa que moverse despacio. Un ejemplo muy cinematográfico es la vida en el espacio exterior, donde cada movimiento parece suceder en cámara lenta. Como si el tiempo necesario para hacer las actividades más simples se extendiera indefinidamente y las condiciones aerodinámicas del ambiente no fueran las óptimas. De manera más general, sin embargo, la capacidad de una persona para aumentar la velocidad es el correlato directo de su estado físico y su salud cardiovascular. La velocidad se asocia a una vida corporal ideal.
Mi propia experiencia me dice que es más difícil ir lento que rápido. No sé qué relación tiene esto con condicionamientos culturales o anatómicos. Lo que está claro es que he podido definir mi propio rango de velocidades aceptables y que procuro atenerme a él. Desacelerar hasta por debajo de mi mínimo permitido sólo puede obedecer a la necesidad de adecuarme a alguien o algo (tal vez un peatón, tal vez el ritmo general de la calle por la que camino, tal vez un calzado inapropiado). En estos casos, no hay más opción que permanecer mayor tiempo en contacto con la tierra y con estos circunstanciales paseantes. Uno es menos un cuerpo que se desplaza por un escenario que un elemento que pasa a formar parte del entorno. Alex parece ser una presencia extraña en la azotea neoyorquina si se atiende a su aspecto, pero por su duración en el espacio, por su lentitud, también forma parte del paisaje. Basta comparar esa pertenencia con la de la ropa colgada, secándose plácidamente en una terraza cercana. Aquí, Alex es lo opuesto a los fásmidos, esos insectos con forma de palos que se camuflan perfectamente en el ambiente y sólo se hacen visibles por la repentina rareza de sus movimientos.
Por último, la velocidad suele estar relacionada con la productividad y el consumo. En Timeless Alex hay una hermosa y relevante analogía entre la naturaleza de la performance y la producción de un objeto escultural. La estructura sólo es posible gracias a un lento proceso de acumulación de materiales modestos. Estas capas del armazón son como los anillos del tronco de un árbol, que registran el paso del tiempo. Acuerdan perfectamente, por lo tanto, con el cuerpo en lento movimiento que las lleva a cuestas.
Traducción de Miguel Rosetti
Agradecimientos. Lauren Cornell, Ryan Trecartin, Sara O´Keeffe, Jillian Clark, Walsh Hansen, Joshua Edwards, Enzo Moscarella, Sofia Quirno, Jorgelina Infer, Lorenzo Bueno, Rafael Bueno, Kaegan Sparks, Liliana Cruz, Daniel Navarro, Sarah Demeuse, Dorothy Howard, Daniel Steegmann Mangranè y Verónica Flom.
Obra comisionada por el New Museum de Nueva York para la trienal Surround Audience, 2015.
Fotos. Pascal Perich
Sarah Demeuse lee, traduce y escribe. Como Rivet, hace y piensa exhibiciones. Fue una nube en la IX Bienal del Mercosur, Porto Alegre.
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