Émile Durkheim lo enunció con claridad en sus Reglas del método: el sociólogo “debe alejar sistemáticamente todas las prenociones”. Es decir, un buen trabajo sociológico se reconoce porque logra enfrentar algunas ideas de sentido común. No es una tarea sencilla, ya que los objetos con los que trabajan los cientistas sociales han sido antes parte del conocimiento lego, pero es precisamente lo que hace cincuenta años David Matza llevó a cabo en Delincuencia y deriva: romper con algunas concepciones que circulaban acerca de la delincuencia juvenil, premisas que habían sido incorporadas en el discurso académico de la criminología positivista y de quienes continuaron esa tradición.
Si algo se proponía Matza, justamente, era escapar de la idea, impuesta por las teorías del control social, de que los hechos delictivos se originan cuando se debilita o se rompe el vínculo entre el individuo y la sociedad. En este punto se apoya su primera crítica a la criminología clásica, más en concreto a las teorías subculturales. Matza considera que no existe una alteridad radical entre quienes quebrantan la ley y los que no. Aquellos que cometen infracciones pueden adherir a los mismos valores, principios morales y preceptos que el resto de la sociedad. Esto explica por qué muchos jóvenes desisten de las acciones ilegales al llegar a la vida adulta y, por otro lado, permite entender que los episodios de esta naturaleza sean esporádicos y se alternen con acciones convencionales como concurrir a la escuela o tener una vida social ordinaria. Matza rebate la idea de que los jóvenes que luego cometerán delitos sean producto de un proceso de socialización diferencial. Sin embargo, no niega la importancia del aprendizaje o del factor grupal. De hecho, un instrumento relevante que se obtiene del seguimiento de otros jóvenes que quebrantan la ley son las técnicas de neutralización (concepto que Matza elaboró con Gresham Sykes). Se trata de una serie de argumentaciones que permiten poner en suspenso la evaluación moral negativa de las acciones ilegales.
Un segundo argumento de peso contra las teorías criminológicas clásicas es el que opone al determinismo positivista la idea de deriva, concepción según la cual no existe una compulsión al delito. Los jóvenes que delinquen no están obligados a hacerlo y mucho menos a hacerlo de manera sostenida, pero tampoco son libres de elegir sus actos. La deriva, dirá Matza, se encuentra “a mitad de camino entre la libertad y el control”. El delincuente está a la deriva entre la acción criminal y la acción convencional.
Delito y deriva es un texto escrito hace cincuenta años que hoy se edita por primera vez en español. Es muy oportuno: nos permite desmontar una más de las tantas verdades de Perogrullo que se esgrimen actualmente: que la inseguridad es una preocupación específica de aquí y ahora. Revulsivo y resistido en su momento, el libro de Matza revalida su vigencia en tiempos de “pibes chorros”.
David Matza, Delincuencia y deriva. Cómo y por qué algunos jóvenes llegan a quebrantar la ley, traducción de Teresa Arijón, Siglo XXI, 272 págs.
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