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La salida de un “nuevo” libro de Michel Foucault parece siempre una suerte de desobediencia editorial que celebramos (porque es Foucault) pero que, al mismo tiempo, nos genera un extraño resquemor que proviene de saber que la única orden clara en el testamento de este filósofo fundamental para el pensamiento occidental era breve, lapidaria y, al mismo tiempo, imposible de no violar: “pas de publication posthume”. Este libro en particular, fruto de la edición de dos encuentros que tuvieron lugar el 17 y el 24 de noviembre de 1980 en el Dartmouth College de Hanover, New Hampshire, es uno de esos gigantescos asteriscos que la prohibición de publicaciones póstumas tiene. Hasta qué punto se viola o no la voluntad escrita de Foucault es casi un asunto de argumentaciones, sutilezas y debates que tienen mucho más de (su no tan querido) Derrida que del propio Michel.
En este libro, el objetivo es desanudar un vínculo relativamente estable en el presente a través del método genealógico: revisar cómo, en la idea de “confesión” cristiana y sus derivas en las formas de determinadas prácticas, persiste una idea de “verdad” que aparece en los primeros siglos del mundo cristiano-occidental; una “verdad” que no es otra cosa que la reformulación de un concepto propio de la Antigüedad clásica: pasamos de la idea de “verdad” como una articulación retórica que buscaba potenciar al sujeto “paciente” (cortesía de una lectura atenta de los trabajos de Séneca) a la “verdad” como lo que aparece en los pensamientos del sujeto y debe ser analizado y distinguido para poder entender completamente a aquel que se confiesa. En este segundo momento, propio de la era cristiana, se enlazan dos conceptos sumamente importantes para la articulación específica de la patrística en el proyecto genealógico foucaultiano: la aparición y organización de la “exomologesis” y la “exagoreusis”. Lo primero corresponde a la puesta en acto de una serie de representaciones que implicaban la reintegración de un “pecador” a la comunidad, de un sujeto desviado a los sanos carriles de la moral: digamos, menos estar arrepentido que actuar como un arrepentido, teatralizando la deshonra. Lo segundo, la “exagoreusis”, corresponde a la verbalización permanente de todo pensamiento frente a un padre rector, o sea, una figura institucional que escucha y sirve como punto de intercambio para que alguien diga todo lo que piensa, con el fin de poder establecer qué tipo de sujeto es.
Este libro escueto no agrega información nueva con respecto a lo que ya sabemos que interesaba al último Foucault, pero sí es un material de especialista, que agrega un determinado matiz a las cosas que don Michel quería señalar con sus palabras. Foucault tiene esa extraña capacidad de poder relacionar mundos intocables, como la filosofía continental y ciertos modos, cierto timbre de lo anglosajón. Relacionar mundos imposibles: aunque alejado de lo literario, siempre podemos decir que este indecidible no es otra cosa que una tímida herencia ficcional.
Michel Foucault, El origen de la hermenéutica de sí. Conferencias de Dartmouth, 1980, traducción de Horacio Pons, Siglo XXI, 2016, 160 págs.
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