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¿Qué puede un relato? La cuestión es antigua y parece no tener horizonte. ¿Enseña, agrada, representa, crea? ¿Porta algún poder de transformación? Doctor en Ciencias Políticas, Eric Selbin participa del debate desde una posición que es muchas cosas excepto neutral. Su empresa (que no se despliega en el campo estético o la teoría narrativa, aunque se apoye en ellos) está guiada explícitamente por el afán de “fomentar un retorno sistemático de los relatos a la metodología de las ciencias sociales”.
La primera mitad de su libro se dedica a la cuestión teórica, pero apunta poco a desarrollar la metodología que recuperaría el relato para el análisis social. En cambio, a través de una profusa bibliografía, despliega las reflexiones y los argumentos que sostienen esa importancia. La idea central es que los relatos constituyen herramientas fundamentales porque predisponen, inspiran y guían a los pueblos, porque ensanchan el reino de lo posible. En sus momentos más interesantes, el ensayo polemiza contra la idea de que toda tradición narrativa es conservadora y señala el rol que tiene la articulación de mito, memoria y mimesis en las gestas revolucionarias.
La segunda mitad establece una tipología y la recorre a través de los ejemplos más importantes. “El relato de las revoluciones civilizadoras y democratizadoras” ofrece un repaso por hechos ocurridos en Inglaterra (1688), Estados Unidos (1776) y Francia (1789). “El relato de la revolución social” vuelve sobre la Francia de 1789 (ofreciendo ahora una lectura distinta, señalando contrapuntos) y continúa por Rusia a comienzos del siglo veinte para terminar en Cuba en los años cincuenta. “El relato de la revolución como liberación y libertad” pone su foco en Haití y México. “El relato de las revoluciones perdidas y olvidadas” es el más fragmentario, aunque su centro parece ser la Comuna de París de 1871.
Una lectura completa del libro deja acaso la sensación de lo inacabado. Para quienes no han reparado en los argumentos que respaldan la importancia del relato, la primera mitad puede resultar útil. Quienes no dudan de ello difícilmente dejen de notar un cierto grado de repetición y la falta de desarrollo de la metodología que permitiría llevar a cabo lo que Selbin propone. La segunda parte del libro tiene un problema similar. Acaso sería importante que se dedicara a la idea que tanto ha defendido en las páginas previas, es decir, a un análisis de cómo los relatos de las revoluciones en diversos momentos y lugares han guiado a otros revolucionarios en sus propios fines. En cambio, lo que tenemos es un relato historizado de las revoluciones más importantes para la tradición de los estudios políticos. Aun así, enfrentarse a algo más de cien páginas de revoluciones no deja de ser más entretenido y cautivador que cualquier continuado de súper acción.
Eric Selbin, El poder del relato: revolución, rebelión, resistencia, Interzona, 2012, 352 págs.
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