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En este nuevo relato de César Aira hay prolongadas disquisiciones sobre la cultura entendida en un sentido amplio. Vendría a ser aquello a través de lo cual una sociedad se distingue como propia, y por lo que, en tanto, se diferencia de las otras. El cacique mapuche “Cafulcurá” es de un anarquismo esencial, cree que nada amenaza a su pueblo tanto como el trabajo, la abundancia, las creencias y cualquier forma de tradición o costumbre. Las herramientas, por ejemplo, son deleznables, agentes del hábito y de la previsión.
En medio de la vida sin distinciones en la toldería, la velocidad es una de las pocas cosas que marca la diferencia. Se camina más o menos rápido, igual que las cabalgatas. La diferencia de velocidad es de tal modo consustancial a estos indios que las alabanzas retóricas se organizan exclusivamente alrededor de esta pauta. Dependiendo de la ocurrencia del hablante, se puede ser el más lento o el más rápido, a favor o en contra de la voluntad de serlo.
El estado de indolencia en que el cacique quiere mantener a su pueblo viene a peligrar con la enigmática y múltiple aparición del diablo. Torpe para asumir personificaciones plausibles, es superado por un fantasma de sí mismo, al que no domina. Al contrario que su modelo, el fantasma no busca producir un efecto drástico (de espanto, de sorpresa, de ridículo o de cualquier otra cosa), sino, más demoníaco, busca inocular “cultura”. Aparece como un gnomo luminoso y alado que pide limosna.
Cafulcurá advierte el peligro de esta aparición recién cuando su corte de sabios se lo da a entender sin palabras: si el limosnero pide es porque tiene necesidad de algo. La necesidad vendría a ser la cultura en estado potencial, lo contrario del reino de lo innecesario representado por la toldería.
Tanto el cacique como el diablo advierten que todo está perdido luego de esta furtiva aparición. No importa que acaso haya sido un sueño colectivo –porque si así fuera, como el pensamiento paradójico de Aira en general enseña, sería tanto más consistente y peligroso–.
De este modo, el relato propone un origen mágico de la cultura. No está claro si busca refutar una hipótesis materialista. En un momento de razonamiento abstracto, el narrador –a quien habría que asignarle la ubicuidad descripta en el título con la partícula “entre”– sugiere que el origen del lenguaje reside en una actitud irónica antes que en una necesidad religiosa o comunicativa.
El relato sería una mirada sobre la incultura, que precisa de la ironía para no asumir el designio diabólico que la mueve.
César Aira, Entre los indios, Mansalva, 2012, 121 págs.
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